martes, 11 de agosto de 2015

Cinco ideas claves sobre el legado del chavismo


En una interesante entrevista realizada por el portal Contrapunto.com, el profesor Edgardo Lander alude sin cortapisas al fracaso histórico del proyecto político chavista, colocando en el debate cinco ideas claves que merece la pena comentar:

1. El proyecto de democracia participativa se extravió al subordinarse a la lógica burocrático-militar que se impuso en el chavismo tras la proclamación de su carácter socialista. El impulso organizativo y participativo que se verificó en las comunidades y atravesó a varios sectores sociales quedó “aplastado” por la instrumentalización de la participación en función de la hegemonía política y el control estatal. En ese sentido, lejos de apostar a la auto-organización social como recurso del desarrollo local, el chavismo construyó una organización tutelada, clientelar, con fines estrictos de movilización y apoyo electoral. 

2. El chavismo, lejos de romper con el modelo rentista, lo profundizó a niveles inéditos. Concuerdo con Lander en que, en su momento, Chávez tuvo la ventana de oportunidad política y los recursos económicos para emprender la construcción de un modelo económico productivo. Esto sí que hubiese implicado una verdadera ruptura histórica. Sin embargo, Chávez optó por reforzar el mito del país rico y se limitó a cambiar, parcial e imperfectamente, el esquema de distribución de la renta. Y digo imperfectamente porque, a pesar de los discursos apasionados, los cálculos de distribución primaria del ingreso nacional (previa a impuestos y gasto público) demuestran que, gracias a la destrucción masiva de competencia impulsada desde el Gobierno, la porción que recibe el capital frente a la remuneración del trabajo es mayor que la que había en 1998. Si está tendencia era palpable en el 2011, se ha intensificado con la crisis, que ha llevado el sueldo mínimo –el que reciben los trabajadores de menor calificación relativa- a no más de 40 dólares, calculado a una de las tasas oficiales creada por el propio Gobierno (SIMADI).
 
3. La polarización ha erosionado la capacidad de reflexión nacional, reduciendo la dinámica política a una diatriba simplificadora y cortoplacista. Bajo la polarización, los actores políticos lucen incapaces de plantearse seriamente los grandes temas nacionales e internacionales. Al eclosionar los acuerdos sociales mínimos,  el país quedó desprovisto de un rumbo estratégico, esencial para enfrentar una coyuntura mundial como la actual. El Gobierno ha podido imponer a su antojo los códigos de la discusión nacional, y lo ha hecho guiado bajo el único interés de consolidar su hegemonía política. De este modo, la crisis que atraviesa Venezuela es también comunicacional y cultural. 
 
4. La corrupción se ha institucionalizado y ha permeado todos los niveles de relación entre Estado y sociedad. La destrucción de los controles institucionales, la militarización de la administración pública y la sobreimposición de controles económicos ha creado condiciones inmejorables para que prolifere la corrupción: ausencia casi absoluta de riesgos de sanción; ascenso de una cultura de opacidad y solidaridad automática; capacidad de presión inaudita de los funcionarios sobre los agentes privados. La corrupción adquirió, sin embargo, una curiosa justificación sociopolítica. En el fondo, el chavismo, al popularizar la idea de que los males y perjuicios sufridos históricamente por el pueblo lo habilitaban a recibir compensaciones cuantiosas, creó la atmosfera para que cualquier forma de apropiación particular sobre lo público estuviera legitimada. 
 
5. En definitiva, el mayor perjuicio que legará el chavismo es cultural e institucional más que político. Una sociedad históricamente mal o deficientemente gobernada como la venezolana siempre ha mantenido tensiones con los controles y limitaciones propios de las democracias liberales. Chávez se erigió como el caudillo que, con su don de mando y autoridad personal, acabaría con las injusticias y restauraría cierto nivel de orden. Bajo esa premisa, tuvo legitimidad para destruir los restos de institucionalidad que quedaban del antiguo sistema político, pero se negó a construir unas nuevas instituciones que, indefectiblemente, restringiríansus márgenes de discrecionalidad.

De este modo, dejó al país desprovisto de reglas, normas, estructuras y procesos medianamente aceptables que aseguraran el funcionamiento más o menos racional de la economía, el Estado y la sociedad. En ese vacío, se liberaron las tendencias anómicas y violentas de la sociedad y se proyectó, con mayor o menor colaboración gubernamental, un conjunto de actitudes individuales y colectivas marcadamente egoístas y antisociales. Resulta paradójico que la búsqueda del beneficio particular, fácil, rápido y a cualquier costo –el reino del más fuerte- prosperara como nunca bajo un régimen que se autoproclamó “socialista” y que reivindicó la solidaridad y el desprendimiento como valores centrales de un hombre nuevo que, a decir verdad, no tendría posibilidades de sobrevivir en un entorno como este.