En
una interesante entrevista
realizada por el portal Contrapunto.com, el profesor Edgardo Lander alude sin
cortapisas al fracaso histórico del proyecto político chavista, colocando en el
debate cinco ideas claves que merece la pena comentar:
1. El proyecto de democracia participativa
se extravió al subordinarse a la lógica burocrático-militar que
se impuso en el chavismo tras la proclamación de su carácter socialista. El
impulso organizativo y participativo que se verificó en las comunidades y
atravesó a varios sectores sociales quedó “aplastado” por la
instrumentalización de la participación en función de la hegemonía política y
el control estatal. En ese sentido, lejos de apostar a la auto-organización
social como recurso del desarrollo local, el chavismo construyó una
organización tutelada, clientelar, con fines estrictos de movilización y apoyo
electoral.
2. El chavismo, lejos de romper con el
modelo rentista, lo profundizó a niveles inéditos.
Concuerdo con Lander en que, en su momento, Chávez tuvo la ventana de
oportunidad política y los recursos económicos para emprender la construcción
de un modelo económico productivo. Esto sí que hubiese implicado una verdadera
ruptura histórica. Sin embargo, Chávez optó por reforzar el mito del país rico
y se limitó a cambiar, parcial e imperfectamente, el esquema de distribución de
la renta. Y digo imperfectamente porque, a pesar de los discursos apasionados,
los cálculos de distribución primaria del ingreso nacional (previa a impuestos
y gasto público) demuestran que, gracias a la destrucción masiva de competencia
impulsada desde el Gobierno, la porción que recibe el capital frente a la
remuneración del trabajo es mayor que la que había en 1998. Si está tendencia
era palpable en el 2011, se ha intensificado con la crisis, que ha llevado el
sueldo mínimo –el que reciben los trabajadores de menor calificación relativa- a
no más de 40 dólares, calculado a una de las tasas oficiales creada por el propio
Gobierno (SIMADI).
3. La polarización ha erosionado la
capacidad de reflexión nacional, reduciendo la dinámica
política a una diatriba simplificadora y cortoplacista. Bajo la polarización,
los actores políticos lucen incapaces de plantearse seriamente los grandes
temas nacionales e internacionales. Al eclosionar los acuerdos sociales
mínimos, el país quedó desprovisto de un
rumbo estratégico, esencial para enfrentar una coyuntura mundial como la
actual. El Gobierno ha podido imponer a su antojo los códigos de la discusión
nacional, y lo ha hecho guiado bajo el único interés de consolidar su hegemonía
política. De este modo, la crisis que atraviesa Venezuela es también
comunicacional y cultural.
4. La
corrupción se ha institucionalizado y ha permeado todos los niveles de relación
entre Estado y sociedad. La destrucción de los controles
institucionales, la militarización de la administración pública y la
sobreimposición de controles económicos ha creado condiciones inmejorables para
que prolifere la corrupción: ausencia casi absoluta de riesgos de sanción;
ascenso de una cultura de opacidad y solidaridad automática; capacidad de
presión inaudita de los funcionarios sobre los agentes privados. La corrupción
adquirió, sin embargo, una curiosa justificación sociopolítica. En el fondo, el
chavismo, al popularizar la idea de que los males y perjuicios sufridos
históricamente por el pueblo lo habilitaban a recibir compensaciones cuantiosas,
creó la atmosfera para que cualquier forma de apropiación particular sobre lo
público estuviera legitimada.
5. En definitiva, el mayor perjuicio que legará el chavismo es cultural e institucional
más que político. Una sociedad históricamente mal o deficientemente
gobernada como la venezolana siempre ha mantenido tensiones con los controles y
limitaciones propios de las democracias liberales. Chávez se erigió como el
caudillo que, con su don de mando y autoridad personal, acabaría con las
injusticias y restauraría cierto nivel de orden. Bajo esa premisa, tuvo
legitimidad para destruir los restos de institucionalidad que quedaban del
antiguo sistema político, pero se negó a construir unas nuevas instituciones
que, indefectiblemente, restringiríansus márgenes de discrecionalidad.
De este modo, dejó al país
desprovisto de reglas, normas, estructuras y procesos medianamente aceptables que
aseguraran el funcionamiento más o menos racional de la economía, el Estado y
la sociedad. En ese vacío, se liberaron las tendencias anómicas y violentas de
la sociedad y se proyectó, con mayor o menor colaboración gubernamental, un
conjunto de actitudes individuales y colectivas marcadamente egoístas y
antisociales. Resulta paradójico que la búsqueda del beneficio particular, fácil,
rápido y a cualquier costo –el reino del más fuerte- prosperara como nunca bajo
un régimen que se autoproclamó “socialista” y que reivindicó la solidaridad y
el desprendimiento como valores centrales de un hombre nuevo que, a decir
verdad, no tendría posibilidades de sobrevivir en un entorno como este.