viernes, 18 de abril de 2014

El “diálogo”: ¿Qué podemos esperar?


En un artículo publicado el pasado 28 de febrero, advertí que la evolución de la crisis política que atravesaba el país podía seguir tres caminos: que remitiera la violencia y se impusiera cierta normalización política que permitiera la consolidación del poder chavista pero en un contexto de mayores concesiones a la oposición; que se agravara por el aumento del descontento social ante la situación económica, en un ambiente de mayor desestabilización y riesgos de salidas inconstitucionales; que se profundizara el ciclo de protestas y represión, aumentando el caudal de movilización de la oposición y la fragilidad del Gobierno.


El inicio de conversaciones directas entre representantes del Gobierno y dirigentes de la MUD, el pasado 10 de abril, apuntala claramente el primer escenario. Este proceso de discusión y negociación –discusión en las reuniones públicas y negociación en las privadas- ha sido aceptado con reservas y cierto escepticismo por los elementos más representativos tanto del chavismo como de la oposición, siendo cuestionado y denunciado por sus sectores más radicales. 

Luego de los dos primeros encuentros, vale la pena hacer algunos comentarios sobre lo visto hasta ahora y sobre lo que pudiera venir:

  • El Gobierno se ha anotado un éxito al lograr no solo sobrevivir a las protestas sino apropiarse simbólicamente del discurso de la paz, la reconciliación y el diálogo. Es un éxito particularmente relevante si tenemos en cuenta que el inmenso control político que ha logrado el chavismo se ha sustentado en su estrategia de confrontación, polarización y movilización. Los voceros oficiales recalcaron y seguirán recalcando que han sido ellos, con sus insistentes llamados, los que lograron que la oposición se sentara a dialogar, accediendo ésta solo cuando se evidenció la esterilidad de las protestas. En consecuencia, si la iniciativa rinde algún fruto, el chavismo podrá adquirir una porción mayor del mérito al reiterar que ha sido suya la iniciativa. 

  • La oposición aglutinada en la MUD, por su parte, ha postergado su participación en el “diálogo” hasta que se redujeran sus costos políticos. En ese sentido, el creciente rechazo a las “guarimbas”, el  propio desgaste de las manifestaciones, y el logro de ciertas concesiones procedimentales por parte del Gobierno, sirvieron la escena para que su participación fuese presentada como una decisión sensata y responsable. Aun así, han debido conversar con el chavismo en su terreno –el Palacio de Miraflores-, en condiciones desfavorables –la intervención de Maduro no tuvo límite de tiempo-, con importantes ausencias –Ledezma, Machado y Voluntad Popular-, sin unidad de posturas –solo Capriles habló del 14 de abril- y, lo más relevante, con protestas e intervenciones policiales aun desarrollándose en las calles, y algunas de sus figuras aun en las celdas. En ese contexto hostil, han logrado enviar un mensaje sereno y civilizado a una audiencia amplia, a la cual muy pocas veces pueden llegar. 

  • La oposición más radical ha perdido una oportunidad de presentar sus cuestionamientos directamente al Gobierno, frente a todo el país. No es realista pensar que la participación en el encuentro le ha dado un balón de oxígeno a un Gobierno moribundo. Algunos dirigentes políticos se han amarrado a la agenda del movimiento estudiantil, cuando, en realidad, se trata de sectores diferentes con demandas distintas e instancias de interlocución separadas. Por otro lado, históricamente a la oposición no le ha resultado efectiva su estrategia de abandonar los espacios para deslegitimar al Gobierno. No existen razones para pensar que esta vez será diferente.
 
  • En cuanto a los señalamientos hechos en el encuentro, la oposición ha realizado una más contundente presentación por el simple recurso a la novedad: el mensaje del Gobierno inunda los espacios televisivos, pero el de la oposición cada vez obtiene menor difusión. Por otro lado, el Gobierno se ha limitado a reproducir el relato del golpe, el paro y las guarimbas, dirigido exclusivamente a su militancia. En general, los discursos de los distintos representantes se movieron sobre un mismo código: tenemos disposición al diálogo a pesar de que, siendo mayoría, no lo requerimos; pero ustedes, siendo minoría, han desconocido el mandato popular, han intentado desplazarnos por medios violentos y han violado reiteradamente la Constitución. 
 
  • La oposición, para bien o para mal, ha sido más diversa: al Gobierno se le ha cuestionado por ser autoritario y represivo, por imponer un modelo político inconstitucional, por ser ineficiente e incompetente en sus funciones, y por conducir al país a una crisis política y económica profunda. En particular, Capriles ha reiterado su posición de liderazgo en la oposición, refrendando su versión sobre las elecciones de abril y dirigiendo el único mensaje que alguno de los dirigentes envió a los seguidores del bando contrario: la denuncia de la corrupción, la pérdida de poder adquisitivo y la brecha social que existe entre la dirigencia oficialista y sus bases populares de apoyo.
 
  • Según informaciones de prensa, las primeras concreciones de esta negociación han sido la ampliación de la comisión creada para investigar los hechos ocurridos desde febrero y la incorporación de representantes de la oposición en el llamado “Plan de Pacificación”. El rechazo de la Ley de Amnistía ratifica que el destino de las personas detenidas será un tema espinoso y, probablemente, obstructivo. El Gobierno se niega a ceder porque quizá intuye que la liberación allanaría el camino a la reunificación de la oposición. 
 
  • Probablemente, los encuentros continúen generando resultados parciales pero valiosos para ambas partes. El Gobierno debe mantener a la oposición en la mesa y para ello deberá administrar la expectativa de que ésta puede obtener ventajas. Por su parte, la MUD debe manejarse con sumo cuidado para mantener el frágil equilibrio entre influir en las decisiones del Gobierno y a su vez hacerle oposición. El riesgo de que se logren acuerdos en la conformación de los Poderes Públicos es tan elevado para ambos bloques como el asunto de la Ley de Amnistía: tal situación sería presentada por los radicales de lado y lado como evidencia de una negociación o pacto basado en la redistribución de cuotas de poder. Como se ventiló en el debate, la idea de pacto es, en la política venezolana de hoy, pecaminosa.

domingo, 13 de abril de 2014

12-F: dos meses después ¿dónde estamos?



El 12 de febrero se inició una etapa de mayor conflictividad política en el país. Aunque de baja intensidad, intermitente y territorialmente focalizada, la violencia ha producido hasta la fecha un saldo de 41 fallecidos. Distintos analistas y encuestadores coinciden en que estos hechos, al crear una sensación de anarquía y caos, han debilitado en términos relativos a los dos bloques políticos en pugna. Las diferencias entre ambas coaliciones y a lo interno de cada una se han intensificado, aumentando las dificultades para ejercer eficazmente la gobernabilidad interna del archipiélago de grupos, intereses y corrientes que conforman, en términos concretos, tanto a la oposición como el Gobierno venezolano. En ese sentido, el balance para los distintos actores involucrados parece estar marcado por mayores pérdidas que ganancias. 

El chavismo ha podido actualizar el relato de una oposición pudiente, extremista y violenta, apropiándose del discurso de la reconciliación, la paz y la convivencia que habían utilizado los opositores desde el 2007. Sin embargo, su imagen internacional se ha visto perjudicada por las actuaciones represivas –magnificadas por una fuerte campaña comunicacional y diplomática- y su control y unidad internas se han debilitado frente a los ojos de sus propios partidarios, adoptando silenciosamente un viraje económico que promete insuflar los ánimos de los más recalcitrantes. El Gobierno ha podido amortiguar hasta el momento el costo político de la crisis, pero mientras no remitan sus manifestaciones más acuciantes, el desgaste seguirá avanzando. 

La oposición “más radical”, por su parte, ha logrado desplazar y malponer a los partidarios de la vía electoral frente al electorado opositor, ganando centimetraje interno y proyección internacional. Las acciones judiciales en su contra, sin embargo, se han concretado sin mayores resistencias, y el movimiento de calle que iniciaron claramente ha adquirido una dinámica que no tienen capacidad de controlar. Las acciones violentas, de las cuales no pueden desligarse, son mayoritariamente rechazadas por la opinión pública. Resulta ya evidente que, de persistir en la línea trazada, las protestas no podrán convertirse en un movimiento de masas dispuestas a combatir al Gobierno hasta lograr su salida. La reconversión del movimiento bajo una perspectiva político-electoral resulta una estrategia no solo difícil sino traumática y eventualmente inviable.

Finalmente, la oposición “moderada” ha podido reafirmar con hechos y bajo intensas presiones su vocación democrática, allanando, al menos a nivel internacional, su reconocimiento como oposición legítima. Aunque muy ruidosas en redes sociales, las acusaciones sobre su supuesto “colaboracionismo” con el chavismo no han tenido un impacto muy extendido en la opinión pública. Además, la presión sobre el Gobierno, concretada en la iniciativa de unos “diálogos” con los principales voceros de la oposición, puede representar una oportunidad para ganar mayor reconocimiento político y participación en los espacios institucionales. Por el otro lado, la fragmentación de la oposición ha reducido su capital político y su capacidad organizativa y de movilización, afectando sus posibilidades de convertirse en alternativa de poder. El muy costoso –en términos del esfuerzo y tiempo de construcción- liderazgo de Henrique Capriles ha sido cuestionado como nunca antes. Los partidos y líderes “moderados” se han mostrado incapaces, al menos hasta ahora, de reconectar el circuito entre la crisis socioeconómica y la disposición a protestar contra el Gobierno.


Evidencia del dominio de esta lógica “perder-perder” es la aparición de encuestas con resultados útiles y funcionales tanto para el Gobierno como para la oposición: Maduro pierde popularidad y la gestión gubernamental es peor valorado, pero las “guarimbas” son ampliamente rechazadas y los líderes de la oposición pierden invariablemente aceptación.  

La iniciativa de diálogo o, más propiamente, debate político, abre, independientemente de su evolución o resultados, una nueva etapa en esta dinámica política. Luego de dos meses de desgaste progresivo, los principales actores políticos están abriéndole paso al escenario de la “normalización política”, el cual podría poner coto a esta dinámica “perder-perder”. Resulta evidente que la posibilidad de que cada bloque pueda expresarle abierta y frontalmente sus críticas y cuestionamiento al otro, presentando además esta acción como evidencia de tolerancia, apertura y disposición al diálogo, no puede más que reforzar las posiciones relativas de cada coalición, a despecho de la virulencia de los más recalcitrantes de lado y lado. Sobre la posible evolución de esta iniciativa y su impacto sobre el juego político nacional reflexionaré en el próximo artículo.