viernes, 28 de febrero de 2014

Los escenarios tras el 12-F: ¿a dónde podemos llegar?



En el artículo anterior, advertí sobre la complejidad del momento político y económico que atraviesa Venezuela. Dibujado el panorama como lo hice en ese trabajo, creo que son tres las variables centrales que determinarán la dinámica política en el corto y mediano plazo: 1. Los avances del diálogo convocado por el Gobierno; 2. La evolución de la situación económica; y 3. la capacidad del liderazgo opositor para reconducir las protestas. Jerarquizando estas tres variables y asociando el predominio de cada una de ellas a uno de los escenarios, considero las siguientes posibilidades:


ESCENARIO #1 “NORMALIZACIÓN POLÍTICA”: El Gobierno Nacional está moviendo todas sus piezas para aislar y desactivar las protestas y que se imponga su interpretación sobre lo ocurrido en estas semanas. Los reclamos internacionales y las presiones dentro del propio chavismo, así como el riesgo de contagio hacia otros sectores, lo han llevado a abrir espacios para el diálogo e incluso es probable que el Gobierno esté dispuesto a ceder en distintas demandas que realice la oposición. El problema para Maduro es conciliar estas concesiones con la necesidad de parecer fuerte dentro del chavismo. El chavista legitima el Gobierno autoritario (“así es que se gobierna”) y Maduro se expondría ante sus adversarios internos si cediera “más de la cuenta”. Consciente de ello, su discurso actual combina denuncias y reconocimientos, rechazos e invitaciones.
Por su parte, la oposición política intentará no dejarse acorralar por la iniciativa de diálogo. Si siente el riesgo de quedarse sola y aislada, probablemente encontrará una justificación para participar en estas discusiones, aunque sea bajo un fuerte cuestionamiento de los sectores “radicales”. El chavismo podría contribuir en este sentido realizando unas concesiones simbólicas y es probable que lo haga. Aun así, es indiscutible que un segmento de la oposición no participará bajo ningún concepto y mantendrá su agenda insurreccional, aunque seguramente muy debilitada.

El resultado de estos diálogos en sí mismo es incierto. El chavismo los utiliza de manera oportunista para incorporar a los distintos sectores en la responsabilidad de la crisis. En ese sentido, la oposición podría correr el riesgo opuesto y jugar, sin quererlo, un rol de legitimación. Por ello, es probable que su dirigencia intente vincular su participación en el diálogo con una actividad política constante de acumulación de fuerzas a través de la canalización del desencanto, el cual crecerá al ritmo de la crisis económica. Sin embargo, en el marco de las “rectificaciones” del Gobierno, éste también podría tomar medidas económicas que, si bien no resolverán la crisis instantáneamente, pueden apuntar a suavizar sus efectos y atender sus causas. Todo eso configuraría una relativa consolidación del chavismo. 


ESCENARIO #2 “HUNDIMIENTO ECONÓMICO”: En este escenario predomina la variable económica sobre la política. El chavismo, atrapado en sus creencias ideológicas y en sus redes de intereses,  no es capaz de confrontarse internamente para cambiar el modelo económico. Además, la situación internacional –particularmente el cambio de política monetaria de Estados Unidos y el sobrecalentamiento de China-  profundiza aún más el desequilibrio y la fragilidad. Por ello, la situación sigue deteriorándose y las manifestaciones de malestar empiezan a crecer en la misma medida en que los dólares escasean. El diálogo del Gobierno se empantana por conflictos entre grupos de poder y el bloqueo de determinadas medidas “ortodoxas”, como el aumento de los precios del combustible o la reducción del gasto público.

En este escenario, se reducen los incentivos que tenía la oposición de participar en los diálogos o, más en general, de reducir su beligerancia contra el Gobierno. Su gobernanza interna también se vuelve más frágil en la medida en que crece la debilidad de Maduro y se despliegan más libremente las agendas y aspiraciones personales de los distintos dirigentes. Su mayor desafío radicaría, además de mantenerse unida, en transformar las protestas estudiantiles y de clase media en función de incorporar las demandas y reclamos de sectores populares, así no sea de manera directa y expresa. El chavismo seguiría en todo caso intentando postergar los efectos más negativos de la crisis, tratando de desviar la atención con denuncias y posibles movimientos autoritarios. Ello incrementa la incertidumbre y la probabilidad de salidas inconstitucionales.


ESCENARIO #3 “OPOSICIÓN DE MASAS”: En el corto plazo, la oposición se ha negado a participar o ha participado de manera muy limitada en los diálogos, justificando su ausencia por la negativa gubernamental de ceder ante alguna de sus demandas. El Gobierno, o más precisamente, alguno de sus elementos militares, ante la continuación de las protestas, refuerza su componente autoritario y profundiza la represión. Esto incrementa la presión internacional y la crisis debilita al Gobierno, limitando su capacidad de gastar y empezando a erosionar sus bases de apoyo tradicionales.


La variable clave en este escenario es la capacidad de la oposición de reconducir el malestar y ampliar la base social de las protestas, conducidos por un dirigente visible y con un mayor grado de cohesión interna. Si esto empieza a ocurrir, el Gobierno intentará evitarlo ampliando las medidas autoritarias, lo que irá creando un círculo auto-rreforzante. Aunque no es probable que sea en el mediano plazo, la oposición podría ir creando así el clima del colapso insurreccional del Gobierno o, incluso, su salida constitucional anticipada. En ambos casos confrontaría muy severos obstáculos.

Aunque estos escenarios son incompletos y juntan desordenadamente el corto, mediano y largo plazo, son un intento por proyectar la evolución de una dinámica complejo, caótica e incierta. Usted, ¿qué escenario considera el más probable?

lunes, 24 de febrero de 2014

Las protestas del 12-F: ¿dónde estamos parados?



El pasado 12 de febrero, una masiva marcha realizada en Caracas por grupos estudiantiles y partidos de oposición derivó en enfrentamientos violentos. Desde entonces, se ha desatado una espiral de turbulencia política en distintas ciudades del país: las protestas, muchas de las cuales han incluido cierre de vías y daños a instalaciones públicas y privadas, han sido seguidas por intervenciones represivas de cuerpos policiales, militares y parapoliciales, y acusaciones cruzadas entre voceros chavistas y opositores.

El chavismo ha denunciado ser víctima de una conspiración urdida por sectores políticos de extrema derecha, que pretenden mediante focos de violencia causar caos para precipitar la salida del Gobierno a través de un pronunciamiento militar o incluso por una intervención extranjera. Por su parte, la oposición ha reivindicado el carácter legítimo, legal y pacífico de las protestas, vinculando la violencia a la acción de grupos armados del chavismo y a un uso excesivo de la fuerza por parte de los cuerpos de seguridad. 

Estas dos versiones opuestas de los sucesos, sumadas al hecho de que los acontecimientos se desarrollan con mucha rapidez, abonan a la confusión y hacen difícil prever su desarrollo. Al respecto, es imprescindible realizar unas aclaratorias previas sobre el escenario actual:

EN CUANTO A LOS ACTORES: resulta claro que ni el chavismo ni la oposición son actores unitarios y homogéneos, aunque la tendencia tradicional durante las coyunturas críticas es a que refuercen sus lazos internos. El chavismo de la era Chávez sufrió distintos desprendimientos y separaciones, que le permitieron al Presidente consolidar su dominio como líder indiscutido. Tras su muerte, muchos analistas aseguran que ha surgido el “postchavismo”, en el cual la gobernanza interna depende de un complejo sistema de negociaciones e intercambios recíprocos entre muchos grupos de poder. Las diferencias entre estos grupos radican fundamentalmente en tres factores: su origen, civil o militar; su postura ideológica, más cercana al socialismo cubano o al desarrollismo nacionalista; y su estrategia política, más autoritaria y radical o más conciliadora y pragmática. Si cruzamos estas tres dimensiones podemos tener una idea de la complejidad del universo chavista.


Por su lado, la oposición, compuesta por un amplio y variopinto conjunto de partidos, organizaciones y movimientos, se encuentra desde hace muchos años cruzada por la discusión sobre el método más eficaz para enfrentar a un Gobierno rico, poderoso y con aspiraciones hegemónicas. En la actualidad, este debate se ha reabierto, dividiendo a la oposición en tres grupos reconocibles: los “radicales”, que plantean una salida insurreccional e inmediata del Gobierno; los “institucionales”, que consideran que hay que acumular fuerzas políticas, capitalizando el malestar social generado por la crisis del modelo chavista y dirigiéndolo hacia los próximos objetivos electorales, y los “pragmáticos”, partidarios de reducir la conflictividad política, abrir espacios a la negociación y, por esta vía, obtener mayores cuotas institucionales.

En la actual coyuntura, y ante la creciente incertidumbre política, es muy probable que estos distintos actores estén realizando movimientos internos para mejorar su posicionamiento y reforzar sus intereses. Aunque no se expresen públicamente, estas agendas particulares existen y hacen más difícil prever el desarrollo de los acontecimientos. 

EN CUANTO A LA AGENDA: Si el juego de actores participantes en la actual crisis resulta complejo, más aún lo es el escenario económico y político en el que se desarrolla. Venezuela viene sufriendo las consecuencias económicas de una política sistemática de profundización del rentismo petrolero. El Gobierno dirigió la bonanza económica de la última década hacia dos fines: incrementar la participación interventora del Estado en la economía y aumentar los niveles de consumo de los sectores empobrecidos. De esta manera, agravó el desbalance, consustancial a todas las economías rentistas,  entre los niveles de producción –la productividad- y los de consumo –el ingreso-. Esa brecha la rellenó por medio de una política de importaciones masivas, la cual sostuvo incluso a costa de crecientes márgenes de endeudamiento. Hoy, las distorsiones producidas por este esquema político se manifiestan en elevados y persistentes niveles de inflación y escasez.



Esta situación económica está provocando un aumento de la tensión social que, aunque no se ha manifestado políticamente, tiene un potencial explosivo que Maduro parece reconocer. Hasta la fecha, el Gobierno ha sido capaz de evadir el costo político gracias a su estrategia de acusar al sector privado y trasladar la frustración social hacia los “especuladores”, mientras mantiene en funcionamiento su maquinaria de distribución clientelar, alimentada por bolívares inorgánicos. Sin embargo, esta solución no podría sostenerse si los problemas se agravan. Según los economistas, es improbable una salida efectiva al problema económico actual que no conlleve, necesariamente, medidas impopulares de carácter ortodoxo. En cualquier escenario, los costos políticos parecen estar al final de la ecuación: actúe o no actúe, aplique más controles o los flexibilice, el chavismo se volverá más impopular. 

El clima de frustración se inserta además en un marco institucional muy debilitado, producto de una práctica política que ha fomentado el desarrollo de comportamientos anomicos y disgregadores en distintos grupos sociales. La intencionada inactividad del Estado frente a manifestaciones anárquicas es difícil de revertir ya que ha creado espacios de autonomía desde los cuales pueden surgir –y surgen recurrentemente- manifestaciones violentas. Esto provoca que la situación social actual sea aún más explosiva.

La atípica disposición del chavismo a dialogar con sus opositores, manifestada luego de ganarle unas elecciones, tiene mucho que ver con esta realidad. El Gobierno intenta atraer a la oposición al sistema institucional, hacerla corresponsable de las decisiones y reducir su capacidad política de canalizar el descontento. Esta situación, evidentemente, también comporta riesgos para la oposición: si rechaza el diálogo, entraría en contradicción con su reiterado llamado a la reconciliación y, de cualquier modo, quedaría al margen del juego político, limitando su acción a unos pocos espacios institucionales cada vez más cercados; si acepta el diálogo, se vería limitada en su libertad para denunciar y criticar y podría desconectarse de su base tradicional.


Ahora bien, si el juego de actores y el escenario en el que se mueven son tan complejos, si los sucesos se están precipitando tan aceleradamente, ¿es acaso posible proyectar el desarrollo de los eventos en el corto o mediano plazo? En mi próximo artículo intentaré definir algunos escenarios.

sábado, 15 de febrero de 2014

Las protestas del 12-F: antecedentes y diagnóstico



Un grupo significativo de analistas políticos consideraba que el liderazgo carismático y mesiánico de Hugo Chávez era el principal sustento político de la hegemonía chavista. La sobrevivencia de esta hegemonía luego del fallecimiento de aquel ha puesto en evidencia que la famosa “conexión emocional líder-pueblo” se había convertido, desde hace algunos años, en un factor secundario, y que el dominio estaba fundamentado sobre todo en un eficaz sistema de distribución clientelar que premiaba la lealtad política y elevaba considerablemente los costos de la disidencia. El chavismo se había transformado de un movimiento popular en un partido-Estado. 

 

Aplicando a fondo esa maquinaria de producir votos, y en medio de múltiples abusos ventajistas, Maduro obtuvo el pasado 14 de abril una victoria electoral estrecha y muy discutida. A pesar de eso y de las dudas que existían sobre sus capacidades, su legitimidad política se ha consolidado. En medio de un fuerte repunte de los índices inflacionarios y de escasez, el chavismo logró garantizar su unidad interna, movilizar su maquinaria y vencer en las dos elecciones realizadas el pasado 8 de diciembre: en el plebiscito nacional y en la elección de autoridades municipales. Este inocultable fracaso agravó aún más las diferencias latentes en la oposición, la cual, ante la ausencia de nuevos comicios en el corto plazo, se dispersó en distintos bandos partidarios de diferentes estrategias.  

A grandes rasgos, este es el escenario en el que ciertos sectores de la oposición, autodenominados “radicales”, han planteado una salida insurreccional del Gobierno, justificada aludiendo a dos razones principales: primero, que el Gobierno es autoritario y nos conduce a una dictadura; y segundo, que el país atraviesa una grave crisis económica y de seguridad. Para ello, han activado a los grupos estudiantiles opositores, los cuales han evidenciado contar con una capacidad organizativa y de movilización de la cual carecen las organizaciones partidistas. Estas protestas derivaron el pasado 12-F en hechos violentos que dejaron saldo de al menos tres muertos, una treintena de heridos y un centenar de detenidos. 

En primer lugar, aunque las condiciones objetivas parecen darle la razón a los manifestantes –los índices de homicidios, escasez e inflación son altísimos y el Gobierno luce incapaz frente a ellos-, es más discutible que las condiciones subjetivas favorezcan una estrategia de este tipo. No son desdeñables los índices de popularidad y apoyo con los que cuenta Maduro. No es, ni de cerca, un Presidente débil; al menos no más débil de lo que fue en los días posteriores al 14 de abril. Equiparar las situaciones de Venezuela, Ucrania y Egipto es una insensatez. Maduro no solo cuenta con el respaldo de la nomenklatura gubernamental –cuyas tensiones siempre se postergan ante la presencia de enemigos externos- sino de una importante y organizada red de grupos y organizaciones sociales –cuyo descontento siempre se posterga ante la amenaza de “perderlo todo”-. El radicalismo de sus adversarios ha fortalecido históricamente al chavismo. 



En segundo lugar, la dispersión de la oposición reduce aún más las posibilidades de éxito de una insurrección. Aunque la comparación con los hechos de 2002 carece de sentido, la oposición actualmente está más dividida que entonces y enfrenta a un Gobierno que, además de la exclusiva confrontación –el palo-, también ofrece espacios de diálogo y concertación, incentivados por otros beneficios institucionales –la zanahoria-. Esto aumenta las posibilidades de aislar a los “radicales”, quienes ya no cuentan con la proyección mediática que les permitió imponer su agenda en otras ocasiones. Aunque efectivamente los estudiantes gozan de una imagen muy favorable en la opinión pública, es difícil pensar que puedan superar el cuasimonopolio comunicacional del que goza el Gobierno, utilizado no para descalificarlos directamente a ellos sino a los dirigentes políticos que los han convocado.

En tercer lugar, esta estrategia, al carecer de objetivos concretos y realizables, es una forma dispersa de canalizar el malestar social. Esa misma dispersión de la lucha aumenta las posibilidades de que termine desgastándose. Sus proponentes están asociados en el imaginario colectivo a la clase urbana y pudiente, su mensaje está elaborado sobre los tradicionales códigos opositores –“dictadura”, “libertad”- y su estrategia es la confrontación abierta. Esto hace más difícil incorporar a nuevos actores o integrar nuevos frentes de protesta. El chavismo sabe muy bien que uno de los pilares de su poder radica en la incapacidad de la oposición para conectar con el malestar popular: uno de los mensajes más efectivos de su relato es la advertencia sobre el riesgo de perder los beneficios si la oposición accede al poder; este riesgo hace lucir aceptables muchas fallas y errores.

De esta manera, la oposición pareciera estar volviendo a caminos que ya conoce bajo el argumento de que la vía electoral ha resultado inefectiva. Pareciera que esta dirigencia olvida que su primer gran fracaso, el más grande, el más sentido, el que generó efectos que aún perduran, no fue electoral sino precisamente insurreccional. 

En una próxima entrega plantearé los escenarios que pudieran darse tras el 12-F y la dinámica que, considero, adquirirá la actividad política nacional.

domingo, 9 de febrero de 2014

Venezuela y su crisis


La crisis económica es un evento regular en Venezuela. El país incorporó la crisis a su metabolismo; la “normalizó”. Aunque a muchos el relato oficial les hace pensar otra cosa, en realidad Venezuela está viviendo en crisis desde 1983, cuando nuestra decisión social de vivir principal y casi exclusivamente de la renta petrolera –de un ingreso que recibimos mas no producimos- generó su primera alerta, crujió bajo nuestros pies. Desde entonces, e incluso desde mucho antes, desde el mismo momento en que descubrimos nuestro potencial petrolero, hemos discutido distintas formas de diversificar nuestros ingresos, de utilizar el petróleo para liberarnos del petróleo. Nuestro fracaso en esa tarea no puede ser más clamoroso; más aún si pensamos que, hoy día, más del 90% de nuestras menguadas divisas provienen del petróleo. 

Aunque la clase política en pleno, en sus distintas orientaciones y generaciones, ha proclamado al unísono la necesidad de romper el modelo monoproductivo, sus acciones solo lo han profundizado, legitimado, consolidado. El chavismo, siempre en su grandiosismo, ha elevado esta tendencia al paroxismo. Beneficiario de ingresos extraordinarios, ha derrochado una gran fortuna en aumentar su popularidad y garantizar la continuidad de su hegemonía política. Lo han logrado, pero vaya a qué costo. 


Desde hace unos meses, empiezan a agravarse los efectos de este manejo políticamente eficaz pero técnicamente irresponsable de la economía. Si bien la crisis no está empezando hoy, en estos momentos nos estamos quedando sin recursos suficientes para maquillarla. Otra vez. Porque, aunque el chavismo se pretenda diferente, nuevo, inédito, en realidad nos está llevando por caminos conocidos que conducen a finales también conocidos.