jueves, 16 de julio de 2015

6D: La estrategia política de un chavismo en minoría


Las elecciones parlamentarias fueron fijadas para el 6 de diciembre. El gobierno ha considerado preferible convocar los comicios –lo que no equivale a realizarlos- que seguir postergando el anuncio del cronograma electoral, con el concomitante recrudecimiento de la presión internacional. 
 
En un artículo publicado en abril, argumenté que el chavismo ha estado adecuándose a un nuevo escenario político. En un contexto de bajos recursos, déficit de carisma y menguada influencia internacional, el chavismo habría decidido asumirse estratégicamente como un gobierno en minoría. En otras palabras, el poder chavista ha optado por gobernar exclusivamente en función del llamado “chavismo duro”, en el que se incluyen tanto la base popular directamente vinculada a los programas e instancias del gobierno como la estructura dirigente política, burocrática y militar. Satisfacer a estos dos grupos exige, lejos de aplicar reformas, consolidar el inmovilismo político y económico, especialmente en ámbitos de relevancia simbólica y material como los controles económicos, los subsidios, las Misiones y la confrontación con la oposición y con los EEUU. A juzgar por los números, la estrategia pareciera ser efectiva: tras la fuerte caída de la popularidad presidencial durante el 2014, el índice tocó piso en enero (22,6%) y se ha recuperado ligeramente desde entonces, ubicándose en 25,8% a finales de mayo.

En función de esta premisa, el gran problema que se le plantea hoy al chavismo es: ¿cómo mantener la hegemonía política con un respaldo social minoritario? En el artículo antes mencionado, plantee tres estrategias que seguiría el oficialismo para lograrlo: reforzar la unidad y disciplina del voto duro chavista; erosionar la capacidad de la oposición de captar el voto castigo; y manipular el tablero electoral para reforzar el valor del voto chavista y mermar el del voto opositor. Estas orientaciones se han verificado en estos meses con nuevas evidencias.

En cuanto a la primera estrategia, las elecciones primarias del PSUV constituyeron un gigantesco ejercicio de movilización y logística para afinar la eficacia de su voto duro. Medir y calibrar la fuerza electoral, antes que definir candidaturas, fue el objetivo de estos comicios. Por ello, la cantidad de electores, captados fundamentalmente a través de las abultadas nóminas públicas y los registros de los viejos –y nuevos- programas sociales, eclipsó la relevancia de los candidatos electos, quienes, en su gran mayoría, ya tenían la victoria asegurada. En este aspecto, nuevos registros de potenciales beneficiarios -como el de la Gran Misión Hogares de la Patria- serán instrumentos claves en la búsqueda y acarreamiento de votos, mientras que los urbanismos de la Misión Vivienda continuarán operando como cotos electorales sin ninguna presencia opositora y ninguna garantía electoral de equilibrio. Para incrementar el ánimo de este chavismo recalcitrante es probable que se reserven para fechas cercanas a los comicios nuevas intervenciones selectivas contra el empresariado, así como operativos masivos de venta de alimentos y electrodomésticos, importados con los recursos que logren exprimir de los activos internacionales.

En el segundo aspecto, un conjunto muy significativo de acciones se han dirigido a debilitar a la oposición, distraerla de la crisis socioeconómica y profundizar sus líneas de divergencia. Las inhabilitaciones políticas, antes que sacar de carrera a uno que otro dirigente concreto, buscan azuzar el conflicto interno entre bandos opositores, incrementando sus fricciones frente a los abusos gubernamentales. Las amenazas acerca de impedir la inscripción de la tarjeta unitaria o, más aún, suspender a los partidos que no concurran con su propia tarjeta, distraen a la oposición, refuerzan sus diferencias internas y justifican la negativa de organizaciones como Voluntad Popular a abandonar su opción partidista. El cambio en las normas sobre candidaturas por género persigue desacreditar a la oposición pero, sobre todo, obligarle a reabrir los acuerdos logrados sobre sus candidaturas. Nuevas inhabilitaciones selectivas; amenazas renovadas sobre la violencia que desataría una victoria de la MUD; el montaje de expedientes y grabaciones contra opositores; y el apadrinamiento de supuestas divisiones internas, abundarán con toda seguridad en los próximos meses.

En lo referido a la tercera estrategia, los cambios en la reglamentación electoral, como la comentada paridad de género o las nuevas proyecciones poblacionales, se ampliarán. Las condiciones electorales se irán modificando gradualmente de un modo que aumente la sensación de que el voto no será secreto y la oposición no tendrá posibilidades de conquistar la mayoría. En respaldar esta tesis juegan un rol crucial los propios voceros oficialistas, quienes de manera cada vez más abierta ponen en duda el secreto del voto. La posible aplicación de cuadernos electrónicos de votación; restricciones a la observación internacional; nuevos condicionamientos a la inscripción de partidos y candidatos; y manipulaciones ventajistas del Registro Electoral; son algunas posibilidades que seguramente se verificarán en las próximas semanas.

A todo esto hay que agregar un esfuerzo denodado por contaminar el debate político, introduciendo elementos -como el conflicto del Esequibo o la infiltración del “paramilitarismo” colombiano en Venezuela- controlados discursivamente por el chavismo, intentando romper así el circuito entre la crisis económica y social y su resolución política a través de las elecciones del 6 de diciembre.

El chavismo, lejos de aceptar como inevitable su derrota, está maniobrando con fuerza para lograr que una minoría política pueda expresarse, el 6D, como una mayoría electoral. La pregunta sigue siendo la misma de abril: ¿no está la oposición demasiado confiada y muy poco preparada para enfrentar estas estrategias?

jueves, 9 de julio de 2015

La crisis griega: nuevas evidencias de un mundo caótico

El primer rasgo del que debe tomarse nota cuando intentamos entender la situación griega tiende, paradójicamente, a pasar desapercibido: es una situación compleja. Esta complejidad puede percibirse en un doble sentido. En primer lugar, el problema en el que está inmersa Grecia está cruzado por múltiples variables y factores, incluyendo elementos extraeconómicos como la historia, la geopolítica y la cultura. En segundo lugar, sobre el problema griego tienen interés y ejercen influencia un amplísimo conjunto de organizaciones e individuos que interactúan de distintos modos, a diferentes niveles –local, nacional, regional y global- y a diversos ritmos.

A mi juicio, la crisis griega -¿es realmente griega?- constituye un ejemplo ilustrativo de la caotización que puede percibirse en la evolución de los más diversos fenómenos sociales. Precisemos esta idea en cinco claves: 

1. El poder está diluido y se encuentra disperso entre una multitud de actores: ¿cómo se explica que la poderosa canciller alemana, portadora de una elevadísima popularidad y del apoyo pleno de una coalición mayoritaria, no pueda imponer su criterio en las negociaciones con un país periférico, con una economía al borde de la quiebra y un primer ministro sin experiencia política y un respaldo ciudadano más que condicionado? Se trata del fenómeno al que Moisés Naím alude en su más reciente libro “El fin del poder”. En el caos, el poder es más difícil de ejercer debido a que existen una multitud de actores que, aunque aparentemente son insignificantes, tienen capacidad real para limitar el ejercicio del poder, condicionarlo o hacer demasiado costosos sus efectos. Por ello, es habitual notar que, a pesar de toda la parafernalia simbólica del poder, los líderes mundiales y grandes centros decisorios lucen incapaces, superados por los problemas e inhabilitados para tomar decisiones contundentes. 

2. La interdependencia es casi absoluta: el poder se encuentra disperso en buena medida porque los actores, a pesar de sus diferencias de tamaño y divergencias de intereses, están vinculados por complejas redes interdependientes. La globalización y el desarrollo tecnológico han profundizado sorprendentemente los vínculos y las relaciones entre actores, independientemente de su ubicación. Si algún ámbito se ha visto dominado por la interdependencia es la economía y, especialmente, la economía financiera. Esto implica que la posible quiebra de Grecia y su salida de la unión monetaria tendría consecuencias sobre una infinidad de actores alrededor de todo el mundo. Se trata de un radio de impacto amplificado que incrementa la cantidad de intereses y sensibilidades que son incididos por la crisis y, por lo tanto, intentan incidir en ella. Junto a esta escala amplificada, existe un radio de impacto intensificado, que incluye a los países de la zona euro, entre los cuales el nivel de interdependencia es mucho mayor. Ciudadanos que pueden sentirse tan ajenos a la situación griega como los de Finlandia, sufrirían de manera tangible en su vida cotidiana las consecuencias de decisiones sobre las que tienen mínima capacidad de influir. 

3. Los resultados de las decisiones son impredecibles e inciertos: ¿qué pasará en el corto plazo con la economía griega si el país sale del euro?; ¿y con el resto de las economías de la zona euro?; ¿EEUU, los BRICS, América Latina, se verán afectados?; ¿estamos a la puerta de una nueva recesión mundial o el asunto no pasará de un episodio localizado?; ¿y en el largo plazo, le convendrá a Grecia salir del euro?; ¿la Unión Europea se fortalecerá o se debilitará con su salida?; ¿esto implicará un realineamiento geopolítico en Europa, desanimando a los países del Este en su aspiración de pertenecer a la UE? Una de las implicaciones más evidentes de la interdependencia es la incertidumbre. A pesar de todos los avances del conocimiento científico, es difícil –por no decir imposible- predecir con algún grado de certeza las consecuencias que tendrá la ocurrencia de determinados fenómenos: el alto grado de interdependencia pudiera servir para contener y apagar el fuego en su lugar de origen, pero también pudiera catalizar su expansión rápida e incontrolada. Ilustrativas resultan las grandes diferencias de criterio que demuestran los economistas más prestigiosos en sus interpretaciones de la crisis y sus posibles impactos. 

4. Los valores e ideas se han tornado borrosas: la confusión y la perplejidad son reacciones habituales ante el alto grado de complejidad de los fenómenos. No es fácil para los propios actores percibir con claridad sus estructuras de intereses, ya que los nuevos eventos disruptivos no son fácilmente interpretables con los modelos mentales tradicionales. Un ejemplo palpable en la crisis griega es el rol de las ideologías, históricamente centrales en la política europea. En la más reciente comparecencia del primer ministro griego Alexis Tsipras al Parlamento Europeo, resultó llamativo el apoyo que recibió no solo de la izquierda y los ecologistas sino también de la extrema derecha euroescéptica, que percibe que el izquierdista Tsipras puede golpear la credibilidad de la Unión Europea y, por lo tanto, favorecer su bandera anticomunitaria. 

5. No hay soluciones ganar-ganar; la mejor alternativa es la más riesgosa e irracional: la crisis griega no tiene una solución ideal. Cualquier alternativa implica costos y pérdidas. La diatriba gira en torno a cómo se distribuyen estas pérdidas. La lógica tradicional indica que el que tiene menor poder, carga con una mayor proporción relativa del perjuicio. Pero, en un mundo caótico, pareciera que en la medida en que un actor esté dispuesto a arriesgarse más, a poner más de lo suyo en juego –a actuar de manera irracional-, más posibilidades tiene de “ganar” en el juego social. Evidentemente, esto estimula comportamientos de riesgo, como los que caracterizan a los militantes del Estado Islámico, los hackers de Wikileaks, los corredores de bolsa y agentes financieros, los “bachaqueros” venezolanos o los inmigrantes que llegan a las costas sureuropeas. Son ellos los que parecieran tener más claro de qué se trata el mundo caótico.