El sistema cambiario ha
sido, probablemente, el tema de la agenda política más discutido en los últimos
meses. Siguiendo este debate, y a pesar de la profusión de voceros y opiniones,
he tenido la percepción de que pocos comentaristas han puesto de relieve
suficientemente la que, a mi juicio, es la variable fundamental que explica el
actual arcaico sistema: el control cambiario tiene una naturaleza política y su
propósito principal, más que el control social, es la captura con fines clientelares
de la renta petrolera. Veamos esto con un poco más de detalle.
El control cambiario le
ha permitido al chavismo administrar discrecionalmente el ingreso en divisas
derivado de la actividad petrolera. Al tener la potestad de definir
unilateralmente el precio en bolívares al que vende esas divisas, el Gobierno
optó por establecer un precio menor al de mercado, lo que, en términos
prácticos, implicó subsidiar las divisas. Esta subvaloración del dólar tuvo dos
efectos directos, intencionados y muy relevantes: destruyó la competitividad de
otras actividades económicas no petroleras e incentivó la compra de divisas
“baratas”. De este modo, el Gobierno le envió un mensaje claro a todos los
agentes económicos y a la sociedad en su conjunto: no quiero que produzcan;
pueden hacer mucho más dinero si se dedican a capturar, negociar y transar con
los petrodólares.
Al subsidiar la divisa,
la demanda superó con creces a la oferta; al desincentivar la producción
nacional, el petroEstado se convirtió en su gran y prácticamente único
oferente. Los funcionarios gubernamentales encargados de asignar los dólares se
vieron así provistos de un poder inmenso, el cual, lógicamente, utilizaron para
enriquecerse. Las coaliciones corruptas entre empleados estatales y empresarios
importadores proliferaron por doquier.
Sin embargo, la
importación en sí misma resultaba un mal negocio. Mientras que los productos
que podían ser importados debían venderse en el país a precios fijados por el
gobierno, el fingimiento de importaciones o su sobrefacturación permitía
apropiarse de los dólares en efectivo, cuya venta en el mercado paralelo o su
utilización para compras de bienes en el extranjero arrojaban márgenes de ganancias
exorbitantes.
Bajo este sistema, nada
de lo que ocurrió puede considerarse atípico o inesperado. La estructura de
incentivos del control cambiario estaba creada para que ocurriera precisamente
esto. Y es que el sistema impuesto por el chavismo estuvo enfocado desde el
comienzo en beneficiar a sus dos grandes polos de poder. Por un lado, a la
clase dirigente burocrática, militar y empresarial, que se enriqueció
absurdamente al tener un acceso privilegiado a las divisas que, como nación,
subsidiamos. Por el otro, a las clases populares, las cuales tuvieron acceso barato
y preferencial a productos básicos, electrodomésticos y enseres importados, un
hecho crucial en la generación de una sensación colectiva de bienestar material
y satisfacción política. De este modo, el control de cambio funcionó como una
pieza central en el aparato de control institucional y apoyo electoral que hizo del chavismo un
movimiento prácticamente invencible.
Aunque desde el 2013 el
sistema está dando muestras de agotamiento, reflejados en elevados niveles de
escasez e inflación, lo cierto es que, en cuanto a su propósito central, la
divisa subsidiada sigue siendo tanto o más eficaz que antes. Con un diferencial
cambiario de más de seis mil por ciento (6.000%) y una creciente concentración
de las aprobaciones de divisas en la tasa de 6,30, las plutocráticas élites
chavistas están en el éxtasis. Con el colapso casi absoluto del aparato
productivo nacional y la masiva escasez, el acceso privilegiado a productos
básicos subsidiados que tienen las clases populares les permite no solo
sentirse beneficiadas por el gobierno sino, más importante, hacer su propio
negocio irregular con la captura y reventa de estos productos.
Es por ello que el
gobierno ni la emprenderá contra los responsables de la importación ficticia ni
irá a fondo contra los revendedores y “bachaqueros”. Es el menguado
empresariado dedicado a la producción nacional y las golpeadas clases medias
las que cargan la mayor parte del peso de un sistema que, a fin de cuentas, está
creado para beneficiar –muy desigualmente- a los de la cúspide y a los de la
base. Esta es la cruda y real economía política del chavismo.