lunes, 24 de marzo de 2014

Sobre “El Arte de la Guerra”

 De Sun Tzu se sabe muy poco. Algunos estudiosos de la China antigua dudan incluso de su existencia y, con mayor razón, cuestionan que se le adjudique la autoría de “El Arte de la Guerra”. Esta breve y por momentos desordenada obra es considerada uno de los más antiguos y valiosos tratados sobre estrategia militar, cuya influencia no solo se ha manifestado en la filosofía e historia chinas sino también en el pensamiento político, militar e incluso empresarial de Occidente. En los últimos días, he revisitado sus páginas, redescubriendo las razones espirituales y prácticas de su milenaria resiliencia. Me limito aquí a reunir un conjunto de citas textuales que, creo, resumen bien el texto y permiten obtener una imagen bastante completa del valor transdisciplinario de la obra. 


  • "Si las instrucciones no están claras y las órdenes no han sido explicadas, tiene la culpa el comandante. Pero si las instrucciones han sido explicadas y las órdenes no se ejecutan de acuerdo con la ley militar, los oficiales son responsables de un crimen”.
  • “Si los oficiales no han tenido un severo entrenamiento, estarán inquietos y dubitativos en el combate; si los generales no se han formado íntegramente, sentirán pavor en su interior cuando se hallen frente al enemigo”.
  • “Todo el arte de la guerra está basado en el disimulo. Por esto cuando eres capaz, finge incapacidad; si eres activo, pasividad; si estás próximo, haz creer que estás lejos; si alejado, que estás cerca”.
  • “Dedicándose a hacer muchos cálculos se puede ganar; si se realizan pocos, la victoria es imposible”.
  • “Nunca se ha visto que una guerra larga beneficiase a ningún país (…) La guerra es igual al fuego; los que no quieren dejar las armas, son devorados por las armas”.
  • “Por regla general, en la guerra la mejor política es la de tomar el Estado intacto; aniquilarlo no es ventajoso (…) Rendir al enemigo sin combatir es el súmmum de la habilidad”.
  • “El arte de usar tropas en combate consiste en esto: si estás en superioridad de diez contra uno, cerca al enemigo. Si es de cinco a uno, atácalo. Si es de dos a uno, divídelo. Si las fuerzas son parecidas, puedes presentarle batalla. Si eres inferior en número, debes ser capaz de comprender la retirada”. 
  • “El que no tiene conciencia clara de sus propósitos no puede enfrentar al enemigo (…) El que conoce cuándo puede combatir y cuando no, será el vencedor”.
  • “Un soberano dotado de personalidad y de inteligencia superior tiene que ser capaz de reconocer al hombre que le conviene, debe confiarle las responsabilidades y esperar los resultados”.
  • “Conoce al enemigo y conócete a ti mismo y ni en cien batallas estarás jamás en peligro. Cuando no conozcas al enemigo, pero te conozcas a ti mismo, las probabilidades de victoria o de derrota son semejantes. Si a la vez ignoras todo del enemigo y de ti mismo es seguro que estás en peligro en cada batalla”.
  • “Nuestra invencibilidad depende de nosotros; la vulnerabilidad del enemigo, de él”.
  • “El ejército victorioso es igual que un quintal oponiéndose a un solo grano; un ejército derrotado es igual que un grano oponiéndose a un quintal”.
  • “Mandar a muchas personas es como mandar a pocas. Es cuestión de organización (…)  Es posible dirigir un ejército de un millón de hombres como si fuesen unos pocos individuos”.
  • “El que quiera fingir cobardía y mantenerse al acecho del enemigo, debe ser valiente, porque solo así podrá simular el miedo. El que quiera parecer débil, para hacer arrogante a su enemigo, debe ser fortísimo. Solamente así podrá fingir la debilidad”.
  • “El valiente sabe batirse; el prudente, defenderse; el sabio, aconsejar. No se malgasta la capacidad de nadie”.
  • “En campaña has de ser rápido como el viento; si avanzas lentamente, majestuoso como el bosque; en la incursión y el pillaje, semejante al fuego; si detenido, inconmovible como las montañas”.
  • “Es imprescindible dejar una salida a un enemigo sitiado. Enséñale que existe una posibilidad de salvación y hazle comprender que existe una solución diferente a la muerte (…) No lleves hasta el límite a un enemigo que se halle en una situación apurada (…) Si sabe que no hay otra salida, combatirá hasta la muerte”.
  • “Hay cinco cualidades que son peligrosas en un general. Si es arriesgado, puede perder la vida. Si es cobarde, será hecho prisionero. Si es colérico, puede ser ridiculizado. Si tiene un sentido del honor demasiado susceptible, se le puede calumniar. Si tiene un espíritu compasivo, se le puede hacer sufrir”.
  • “La rapidez es la esencia misma de la guerra. Aprovecha la falta de preparación del enemigo; recurre a itinerarios imprevistos y atácalo mientras no esté preparado”.
  • “Un soberano no puede levantar un ejército por un arrebato de cólera, ni un general combatir atenazado por el rencor. Porque si es posible que un hombre irritado recobre su serenidad y que aquel que padece agravios se cure, un Estado que ha sido aniquilado no puede rehacerse, ni los muertos pueden volver a la vida”.
  • “Un ejército sin agentes secretos es como un hombre sin ojos y sin oídos”.
Sin duda, una obra sin desperdicio.

jueves, 20 de marzo de 2014

Keynes, Krugman y la Crisis Global

Bajo el sugerente título de “Acabemos ya con la crisis”, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, nos ha proporcionado un análisis lúcido y coherente sobre las razones -estructurales y coyunturales- por las cuales surgió la crisis económica mundial (2008-2011).

Krugman advierte desde el inicio que la crisis global es, en realidad, una depresión económica tradicional, causada por un fallo de coordinación relativamente sencillo: los agentes económicos en su conjunto no están gastando lo suficiente; los que pueden gastar –los acreedores- no quieren gastar y los que quieren –los deudores- no pueden. Se trata de un clásico “momento keynesiano”, durante el cual la demanda agregada es insuficiente y, como consecuencia, los niveles de producción y de empleo también lo son. Esta situación, subraya Krugman, no solo no es inédita, sino que la humanidad cuenta desde hace mucho tiempo con el instrumental teórico y práctico necesario para superarla: el único agente económico que no siente miedo de quebrar, léase el Gobierno, debe dar un paso al frente y gastar, gastar por aquellos que no quieren o pueden hacerlo. 

A lo largo del texto, el autor se dedica a argumentar rigurosamente su interpretación de la crisis, rebatiendo al paso todos los señalamientos en contrario. Por razones obvias, la mayor parte del texto versa sobre la situación estadounidense. 

ESTADOS UNIDOS

En su país, Krugman identifica dos grandes causantes estructurales de la crisis, muy asociadas entre sí. El aumento acelerado de la desigualdad social permitió la acumulación de grandes cuotas de capital en pocas manos; estos flujos encontraron salida a través del mercado financiero, el cual, al estar cada vez menos y peor regulado, derivó en un mundo de riesgos excesivos y prácticas abusivas. 

Estos excesos se basaron en una constante subestimación de los riesgos de la inmensa deuda que se estaba acumulando, incluso por parte de las instituciones regulatorias. Los elevados niveles de “apalancamiento” (proporción de deuda con respecto a los activos o ingresos) arrastraron a la economía cuando la prosperidad se torció. Así, el estallido de la burbuja inmobiliaria obligó a los deudores a adoptar medidas rápidas para reducir su deuda, bien a través de la venta de activos o la reducción de los gastos. Al convertirse en una estampida masiva, se produjo una reducción de los precios que apreció el dólar e hizo mucho más difícil bajar en términos reales la deuda. El intento de los deudores de salir, hundió más a la economía. Todos intentamos ahorrar más, pero al reducir nuestro consumo conjunto, los ingresos menguan, las empresas invierten menos, el desempleo aumenta y la economía padece. Así, solo podemos salir de esta espiral si alguien –en este caso, el Gobierno- hace lo contrario a lo que todos estamos haciendo. 

EUROPA

Particularmente interesante es el análisis de la crisis europea y su posible superación. Krugman se remonta al surgimiento del euro para explicar la crisis. La creación de la moneda única se basó en una subestimación de los riesgos de esta medida: no se previó qué hacer ante “choques asimétricos”, como, por ejemplo, el hundimiento de un boom inmobiliario en algunos países y no en otros. 
De acuerdo con el autor, son tres las condiciones que garantizan el éxito de una unión monetaria: la existencia de un gran comercio intrarregional; la garantía de la libre movilidad laboral interna; y una plena integración fiscal y presupuestaria. Europa alcanzó un comercio integrado, pero no la unidad de su mercado laboral y de su gobierno. Las diferencias lingüísticas y culturales siguieron limitando el movimiento de trabajadores; los distintos gobiernos nacionales tuvieron que seguir resolviendo sus apuros fiscales y presupuestarios por su cuenta.


La historia de la crisis es en resumidas cuentas la siguiente: el establecimiento del euro llevó a los inversores a sentirse seguros de trasladar su dinero a países que antes consideraban de riesgo. Esto incentivó la afluencia de capitales hacia el Sur,  lo que redujo el costo del dinero (la tasa de interés) y promovió explosiones inmobiliarias y de consumo. Este boom llevó a los bancos del Sur a pedir prestado a los bancos del Centro, cuyos países no vivían un crecimiento comparable. Este auge motivó a su vez el aumento de los sueldos en la periferia e hizo que la industria perdiera aún mayor competitividad frente a motores económicos como Alemania. Esto, a su vez, se tradujo en unos crecientes déficits comerciales en el Sur –y superávits en el Centro-. En este contexto, la crisis de EEUU arrastró a Europa, y el rescate de los bancos, que cada país debió cargar por su cuenta, empeoró mucho más el déficit y la deuda, dejando a estos países sujetos al temor de los inversionistas, disparando la prima de riesgo y aumentando los ataques especulativos.

El problema de fondo, argumenta Krugman, es una disparidad de costos y precios entre países, disparidad que daña la competitividad de algunas economías. Existen para ajustarla dos vías: la inflación en el Centro o la deflación en el Sur. En el primer caso -negado por la ortodoxia alemana- un estímulo fiscal y una política monetaria expansiva permitirían que los sueldos subieran. En el segundo -actualmente implementado- se debe pasar por un largo plazo de sufrimiento para que los sueldos del Sur vayan cayendo y se ajusten. El problema adicional con esta opción es que la deflación intencionalmente provocada aumentará en términos reales el monto de la deuda, lo que complicará aún más su cancelación.

La conclusión a la que Krugman arriba en su análisis estadounidense es igualmente válida para Europa: la ceguera ortodoxa y la decisión política de “hacer pagar” a los “irresponsables” los costos de sus excesos han provocado un inconmensurable sufrimiento humano, totalmente evitable. Como en tantos otros ámbitos y situaciones, en economía no basta conocer la solución para implementarla.