sábado, 19 de diciembre de 2015

Parlamento Comunal: el poder popular contra la voluntad popular




El chavismo acaba de sufrir la peor debacle electoral de su historia. Y, a la luz de su desarticulada y errática reacción, es evidente que no se la esperaba. En el proceso de asimilación de la derrota, el presidente Maduro ha construido al menos cuatro relatos: primero, admitió el revés, aunque lo minimizó y vinculó a los efectos perversos de la “guerra económica” dirigida por la oposición; luego, reconoció la necesidad de cambios y rectificaciones en el seno del oficialismo; en tercer lugar, insinuó que el resultado se debía a la abstención de las bases chavistas; y, ya en los últimos días, ha comenzado a cuestionar la legitimidad del resultado, señalando irregularidades cometidas por la oposición. En dos semanas han desfilado cuatro culpables: la oposición; la cúpula gubernamental; el electorado chavista y, finalmente, el sistema electoral. 

Sin embargo, la última versión, encaminada a restar legitimidad al triunfo opositor, sí se está concretando en acciones. Por un lado, se apunta a la posible –y tardía- impugnación de algunos escaños adjudicados, en un probable intento por quebrar la mayoría calificada de la MUD. Por el otro, Diosdado Cabello ha encabezado la instalación del “Parlamento Comunal Nacional”, en un acto realizado, no por casualidad, en la sede de la Asamblea Nacional.

El chavismo, fiel a la estrategia que le ha funcionado, parece haberse decantado por la confrontación: utilizar todo su poder en función de erosionar la victoria opositora. Con ese objetivo, busca alinear sus recursos institucionales y extra-institucionales en una operación de choque contra la nueva Asamblea Nacional. A nivel institucional, sus cuadros más fieles y –por diversas razones- comprometidos, están siendo reubicados en posiciones claves de los demás Poderes Públicos. En esta dirección se orientará, muy probablemente, la “renovación” del Gabinete Ejecutivo. Pero, más que a la normatividad establecida en la Constitución, la dirigencia chavista está encomendando esta batalla a la estructura política paralela que, no sin desdén y apatía, ha ido construyendo desde el año 2007.

Tras su abrumadora reelección de diciembre de 2006, el presidente Chávez impulsó la creación de una estructura estatal alterna, crucial, a su juicio, para asegurar la construcción del socialismo. Si bien es cierto que el llamado “Estado comunal” carece de fundamento constitucional, como usualmente argumenta la oposición, más relevante es revisar su naturaleza y rol práctico. Al respecto, lo que se ha planteado no ha sido una sustitución plena del “viejo Estado burgués”, sino una superposición selectiva, políticamente estratégica. En las leyes del Poder Popular, el Ejecutivo Nacional continúa siendo el poder supremo, al cual, más aún, se supedita la existencia de cualquier instancia de autogobierno comunitario, comunal o popular.

El asunto de fondo es el carácter abiertamente iliberal de este nuevo poder político. Su sujeto no son los ciudadanos individuales, portadores de la “voluntad popular”, sino el “pueblo organizado” o, más recurrentemente, el “poder popular”. Este poder no se actualiza a través de la elección individual y universal, libre por secreta y justa por transparente, sino mediante la votación pública, colectiva, aclamatoria, que permite constituir cuerpos políticos –como los Consejos Comunales- que, a partir de entonces, sustituyen a los electores en la construcción de instancias territoriales agregadas, como las Comunas o las Federaciones Comunales.

La desconfianza hacia el sufragio individual y secreto, indispensable para la libre expresión de la voluntad popular, se corresponde con el concepto de democracia asumido. El Estado comunal tiene como principio de legitimidad la denominada “democracia protagónica revolucionaria”. El ejercicio democrático está subordinado aquí, como medio, al principio supremo de la revolución socialista, solo realizable superando los rasgos liberales, individualistas y pluralistas de la democracia electoral.

Por ello, el sometimiento absoluto de las nuevas instancias comunales al objetivo supremo de la construcción del socialismo, y la sustracción de las decisiones relevantes al elector de base –incapaz aún de deslastrarse de los vicios burgueses- son estrategias claves para liberar el potencial revolucionario de los amarres supuestos por las instituciones representativas tradicionales. En el Estado comunal, en última instancia, la “voluntad popular”, eventualmente adversa a la revolución, se subordina al “poder popular”, vanguardia esclarecida de la transición al socialismo y correctora de los equívocos que puede cometer un electorado circunstancialmente “confundido”.

A pesar del contenido aparentemente doctrinario de este discurso, la realidad es que el chavismo no ha sido consecuente con esta versión “comunal” y “popular” de su revolución. La utilización selectiva de estas instancias ha respondido a un objetivo menos ideológico y más pragmático: la acumulación de poder y la distribución de la renta petrolera. En efecto, el chavismo se ha refugiado en la institucionalidad “burguesa”, cuando así le ha convenido, y ha impulsado estas figuras solo en la medida en que le han resultado funcionales.

La gran incógnita que se abre de cara al 2016 es, precisamente, hasta dónde podrá llegar el chavismo en esta estrategia de suplantación de la Asamblea Nacional. ¿Estarán dispuestos a convertir en leyes, formalizadas en Gaceta Oficial, las decisiones del Parlamento Comunal?; ¿Estarán dispuestos, en la situación límite a la que conducirá esta estrategia, a impedir de plano el funcionamiento de la Asamblea Nacional? El asunto, a mi juicio, no radica solo en que la élite oficial decida lanzarse a la confrontación, sino si logrará unidad interna en torno a estas estrategias y, más importante, si habrá economía que soporte más de lo mismo.