jueves, 15 de agosto de 2013

El chavismo y la hegemonía: un gigante con pies de barro (1 de 3)

Carlos Miguel Rodrigues
@carlosm_rod

Este es la primera entrega de una serie de artículos elaborados en los días posteriores a las elecciones del 7 de octubre de 2012.

Hugo Chávez acaba de ser reelecto por un amplio margen de votación como Presidente de la República. De no existir variables humanas o políticas que lo impidan, su mandato se extenderá hasta enero de 2019, momento para el cual una buena porción de la población venezolana habrá vivido más de la mitad de su tiempo vital con el mismo Jefe de Estado. La oposición política, si bien avanzó en esta elección cuantitativa y, sobretodo, cualitativamente, no ha sido capaz de aminorar el duro golpe de su derrota y se encuentra transitando una etapa de dispersión que amenaza con llevarla a retrocesos significativos en los venideros comicios regionales y locales.

La disonancia entre, por un lado, un país repleto de protestas diarias vinculadas a la acción de gobierno y, por el otro, un Presidente -hiper-Presidente por la cantidad y vastedad de las funciones que ejerce y ámbitos que controla- reelecto por una importante votación popular, bien pudiera conducir a más de uno a una actitud cínica, achacando a la falta de coherencia y sentido común del electorado lo ocurrido el 7 de octubre. Sin embargo, esta sería una salida fácil que no solo no ayudaría mucho al diseño de estrategias políticas sino que, lo más importante, no contribuiría a la comprensión del fenómeno chavista. Es evidente que en política, como en la salud y en la psicología, no se puede derrotar lo que no se comprende.

Mi opinión personal es que el chavismo se mantiene en el poder gracias a un eficaz y muy particular sistema de hegemonía política cuya gran fortaleza reside en el hecho de que se apoya en –y se nutre de- los más arraigados valores de la cultura política venezolana, pero cuya gran debilidad es su existencial dependencia de elevados y siempre crecientes ingresos rentísticos. En ese sentido, creo que se engañan tanto chavistas como opositores cuando presumen de las grandes diferencias existentes entre la hegemonía establecida por AD y COPEI y la establecida por el chavismo: en realidad, comparten plenamente sus bases de legitimación.

Son dos, a mi juicio, los grandes fundamentos del poder chavista, los cuales operan de forma complementaria y hasta sinérgica al punto de constituir un sistema. En primer lugar, existe una poderosa maquinaria de distribución y entrega de bienes materiales privados (el que sean privados es esencial) a sectores sociales tradicionalmente marginados, en la cual trabajan indiferenciadamente Estado, gobierno y partido, y que se apoya en un discurso centralizado de reconocimiento e inclusión simbólicas, multiplicado hasta el paroxismo por el aparato propagandístico del Estado. En segundo lugar, se encuentra el ejercicio sistemático de una práctica gubernamental que concede amplios márgenes de libertad y autonomía a distintos y muy diversos grupos con la sola condición de que lo retribuyan con apoyo y lealtad política, mientras que castiga severamente las manifestaciones críticas, así sean muy comedidas.

De esta forma, gracias a su control directo de la renta petrolera y de los distintos Poderes del Estado, léase, por medio de su manejo estratégico de los recursos materiales y simbólicos del poder, el chavismo ha creado un sistema que hace muy costoso disentir y muy beneficioso mantenerse políticamente leal. Bajo este esquema, solo existen dos posiciones posibles: el ser chavistas, apoyar fiel, permanente y obsecuentemente a Chávez, y recibir los beneficios de ello; el ser opositor, afiliado a una potencia extranjera, enemigo de la patria, contrario a todo lo que hace y dice Chávez y, por lo tanto, ”auto-excluido” de los grandes beneficios de estar con la “revolución”. 

Se trata, en consecuencia, de un dispositivo material-simbólico que se apoya en la psicología del cálculo racional, lo que resulta claramente contradictorio con los argumentos que apuntan a la “ignorancia” del elector chavista promedio, pero aún más contradictorio con el encendido discurso socialista con el que se intenta dotar de basamento ético y dimensión histórica a un sistema hegemónico que carece de ambos. Lejos de construir una sociedad nueva, que socialice la riqueza, el chavismo como actor político-estatal persigue un fin mucho más terrenal: mantener el control del poder político y económico a través de un esquema que, realizando periódicamente comicios semi-competitivos, garantice legitimidad democrática sin enfrentarse a una amenaza cierta y real de perder el poder. 

La efectividad del sistema para garantizar mayorías electorales –a veces más estrechas, a veces  más holgadas- es pues la variable clave alrededor de la cual se estructura toda la acción del Estado, el gobierno y el partido. Atender un determinado problema, lanzar una nueva política pública, modificar la legislación en alguna materia, reajustar el discurso político, tejer alianzas o excluir a determinados actores políticos, en fin, replantear en cualquier sentido las relaciones que mantiene Chávez con el resto del Estado, con el sistema político y con la sociedad, ha dependido y dependerá siempre de lo que el cálculo electoral realista sugiera. Al contrario de lo que se suele pensar, este gobierno se rige por valoraciones muy pragmáticas y muy poco ideológicas de la realidad, de sus ventajas y de las oportunidades del contrario.


Pero, ¿cómo funcionan estos dos pilares del sistema hegemónico?, ¿cómo ha logrado el gobierno proyectar una imagen ideológico-emocional de su conexión con la sociedad cuando ésta es, en realidad, muy pragmática y racional? El manejo clientelar de la renta –al que dedicaré el segundo artículo- y el control discrecional de los Poderes del Estado para regular a la sociedad –analizado en el tercer artículo- han sido administrados de forma estratégica para crear incentivos favorables al chavismo. Como veremos, la renta y el control institucional, y no el carisma, la propaganda o la “transformación de la consciencia del pueblo”, han sido y siguen siendo las variables claves de un poder que, lejos de glorias, está lleno de contradicciones.

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