Carlos Miguel Rodrigues
@carlosm_rod
Este es la primera entrega de una serie de artículos elaborados en los días posteriores a las elecciones del 7 de octubre de 2012.
Hugo Chávez acaba de ser
reelecto por un amplio margen de votación como Presidente de la República. De
no existir variables humanas o políticas que lo impidan, su mandato se
extenderá hasta enero de 2019, momento para el cual una buena porción de la
población venezolana habrá vivido más de la mitad de su tiempo vital con el
mismo Jefe de Estado. La oposición política, si bien avanzó en esta elección
cuantitativa y, sobretodo, cualitativamente, no ha sido capaz de aminorar el
duro golpe de su derrota y se encuentra transitando una etapa de dispersión que
amenaza con llevarla a retrocesos significativos en los venideros comicios
regionales y locales.
La disonancia entre, por un
lado, un país repleto de protestas diarias vinculadas a la acción de gobierno
y, por el otro, un Presidente -hiper-Presidente
por la cantidad y vastedad de las funciones que ejerce y ámbitos que controla-
reelecto por una importante votación popular, bien pudiera conducir a más de
uno a una actitud cínica, achacando a la falta de coherencia y sentido común
del electorado lo ocurrido el 7 de octubre. Sin embargo, esta sería una salida
fácil que no solo no ayudaría mucho al diseño de estrategias políticas sino
que, lo más importante, no contribuiría a la comprensión del fenómeno chavista.
Es evidente que en política, como en la salud y en la psicología, no se puede
derrotar lo que no se comprende.
Mi opinión personal es que
el chavismo se mantiene en el poder gracias a un eficaz y muy particular
sistema de hegemonía política cuya gran fortaleza reside en el hecho de que se
apoya en –y se nutre de- los más arraigados valores de la cultura política
venezolana, pero cuya gran debilidad es su existencial dependencia de elevados
y siempre crecientes ingresos rentísticos. En ese sentido, creo que se engañan
tanto chavistas como opositores cuando presumen de las grandes diferencias
existentes entre la hegemonía establecida por AD y COPEI y la establecida por
el chavismo: en realidad, comparten plenamente sus bases de legitimación.
Son dos, a mi juicio, los
grandes fundamentos del poder chavista, los cuales operan de forma
complementaria y hasta sinérgica al punto de constituir un sistema. En primer
lugar, existe una poderosa maquinaria de distribución y entrega de bienes
materiales privados (el que sean privados es esencial) a sectores sociales
tradicionalmente marginados, en la cual trabajan indiferenciadamente Estado,
gobierno y partido, y que se apoya en un discurso centralizado de
reconocimiento e inclusión simbólicas, multiplicado hasta el paroxismo por el
aparato propagandístico del Estado. En segundo lugar, se encuentra el ejercicio
sistemático de una práctica gubernamental que concede amplios márgenes de
libertad y autonomía a distintos y muy diversos grupos con la sola condición de
que lo retribuyan con apoyo y lealtad política, mientras que castiga
severamente las manifestaciones críticas, así sean muy comedidas.
De esta forma, gracias a su
control directo de la renta petrolera y de los distintos Poderes del Estado,
léase, por medio de su manejo estratégico de los recursos materiales y
simbólicos del poder, el chavismo ha creado un sistema que hace muy costoso
disentir y muy beneficioso mantenerse políticamente leal. Bajo este esquema,
solo existen dos posiciones posibles: el ser chavistas, apoyar fiel, permanente
y obsecuentemente a Chávez, y recibir los beneficios de ello; el ser opositor,
afiliado a una potencia extranjera, enemigo de la patria, contrario a todo lo
que hace y dice Chávez y, por lo tanto, ”auto-excluido” de los grandes
beneficios de estar con la “revolución”.
Se trata, en consecuencia,
de un dispositivo material-simbólico que se apoya en la psicología del cálculo
racional, lo que resulta claramente contradictorio con los argumentos que
apuntan a la “ignorancia” del elector chavista promedio, pero aún más
contradictorio con el encendido discurso socialista con el que se intenta dotar
de basamento ético y dimensión histórica a un sistema hegemónico que carece de
ambos. Lejos de construir una sociedad nueva, que socialice la riqueza, el
chavismo como actor político-estatal persigue un fin mucho más terrenal:
mantener el control del poder político y económico a través de un esquema que,
realizando periódicamente comicios semi-competitivos, garantice legitimidad
democrática sin enfrentarse a una amenaza cierta y real de perder el
poder.
La efectividad del sistema
para garantizar mayorías electorales –a veces más estrechas, a veces más holgadas- es pues la variable clave
alrededor de la cual se estructura toda la acción del Estado, el gobierno y el
partido. Atender un determinado problema, lanzar una nueva política pública,
modificar la legislación en alguna materia, reajustar el discurso político,
tejer alianzas o excluir a determinados actores políticos, en fin, replantear
en cualquier sentido las relaciones que mantiene Chávez con el resto del
Estado, con el sistema político y con la sociedad, ha dependido y dependerá
siempre de lo que el cálculo electoral realista sugiera. Al contrario de lo que
se suele pensar, este gobierno se rige por valoraciones muy pragmáticas y muy
poco ideológicas de la realidad, de sus ventajas y de las oportunidades del
contrario.
Pero, ¿cómo funcionan estos
dos pilares del sistema hegemónico?, ¿cómo ha logrado el gobierno proyectar una
imagen ideológico-emocional de su conexión con la sociedad cuando ésta es, en
realidad, muy pragmática y racional? El manejo clientelar de la renta –al que
dedicaré el segundo artículo- y el control discrecional de los Poderes del
Estado para regular a la sociedad –analizado en el tercer artículo- han sido
administrados de forma estratégica para crear incentivos favorables al
chavismo. Como veremos, la renta y el control institucional, y no el carisma,
la propaganda o la “transformación de la consciencia del pueblo”, han sido y
siguen siendo las variables claves de un poder que, lejos de glorias, está
lleno de contradicciones.
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