lunes, 2 de septiembre de 2013

La Democracia y sus Elecciones (Parte I)

Artículo originalmente publicado (páginas 5 y 6) en la edición número 18 de la revista OTILCA, correspondiente al mes de mayo de 2013. 



Los venezolanos hemos asistido a sucesivos procesos electorales en los últimos años. Las elecciones y todo su aparataje organizativo y propagandístico se han vuelto parte de nuestra vida cotidiana. Al respecto, vale preguntarse: ¿sabemos a ciencia cierta cuál es el verdadero origen de las elecciones?, ¿y cuál es su relación concreta con la democracia?


La democracia como régimen político surgió en las pequeñas ciudades-Estado de la Antigua Grecia, a mediados del siglo VI a. de C. En estas comunidades, se asentó la idea de que todos los ciudadanos –que no todos los habitantes, debido a la exclusión de las mujeres y los esclavos- tenían el derecho y el deber de participar directamente en la organización de la vida en común. En consecuencia, debían intervenir personalmente en la asamblea general de la ciudad, contribuyendo activamente a la toma de decisiones. Su participación directa en los asuntos fundamentales era insustituible y, en los casos en los que, por razones técnicas, no podían participar todos, se le daba preferencia a los mecanismos de selección por sorteo antes que por elección popular. En este régimen se consideraba más democrático el azar que la selección intencional, la cual, se advertía, podría ser objeto de manipulación. Era pues en esencia una democracia “anti-eleccionaria”. 


Este tipo de democracia, denominada “clásica” o “directa”, a la postre fracasaría, hundiendo el concepto en un largo desprestigio. Sólo sería a partir del siglo XVIII que la idea democrática sería recuperada por algunos filósofos políticos de la Ilustración, los cuales, sin embargo, la replantearían a la luz de las ideas y valores de la Modernidad. Así, democracia pasaría a denominar a un régimen en el que los ciudadanos no ejercen el poder de manera directa sino que lo otorgan, en cesión temporal, a un conjunto de representantes, los cuales se encargan de ejercerlo, sometidos a las limitaciones legales y al propio mandato popular. Se trata de una versión “representativa”, en la cual se produce un divorcio entre la titularidad y el ejercicio del poder. El mecanismo que facilita este divorcio es precisamente el de las elecciones.


La elección permite que los ciudadanos tomen dos decisiones fundamentales: quiénes dirigirán los asuntos públicos y cómo lo harán. Ahora bien, ya que en sociedades grandes y complejas como las nacionales no es viable la democracia directa plena, ¿cómo se garantiza que la elección sea racional y provechosa para el propio pueblo?; Y una vez electas las autoridades ¿cómo se asegura que satisfagan el interés general y no sus intereses particulares? Las respuestas a estas preguntas, en nuestra próxima entrega.

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