Los venezolanos hemos
asistido a sucesivos procesos electorales en los últimos años. Las elecciones y
todo su aparataje organizativo y propagandístico se han vuelto parte de nuestra
vida cotidiana. Al respecto, vale preguntarse: ¿sabemos a ciencia cierta cuál
es el verdadero origen de las elecciones?, ¿y cuál es su relación concreta con
la democracia?
La democracia como régimen
político surgió en las pequeñas ciudades-Estado de la Antigua Grecia, a
mediados del siglo VI a. de C. En estas comunidades, se asentó la idea de que
todos los ciudadanos –que no todos los habitantes, debido a la exclusión de las
mujeres y los esclavos- tenían el derecho y el deber de participar directamente
en la organización de la vida en común. En consecuencia, debían intervenir
personalmente en la asamblea general de la ciudad, contribuyendo activamente a
la toma de decisiones. Su participación directa en los asuntos fundamentales
era insustituible y, en los casos en los que, por razones técnicas, no podían
participar todos, se le daba preferencia a los mecanismos de selección por
sorteo antes que por elección popular. En este régimen se consideraba más
democrático el azar que la selección intencional, la cual, se advertía, podría
ser objeto de manipulación. Era pues en esencia una democracia
“anti-eleccionaria”.
Este tipo de democracia,
denominada “clásica” o “directa”, a la postre fracasaría, hundiendo el concepto
en un largo desprestigio. Sólo sería a partir del siglo XVIII que la idea
democrática sería recuperada por algunos filósofos políticos de la Ilustración,
los cuales, sin embargo, la replantearían a la luz de las ideas y valores de la
Modernidad. Así, democracia pasaría a denominar a un régimen en el que los
ciudadanos no ejercen el poder de manera directa sino que lo otorgan, en cesión
temporal, a un conjunto de representantes, los cuales se encargan de ejercerlo,
sometidos a las limitaciones legales y al propio mandato popular. Se trata de
una versión “representativa”, en la cual se produce un divorcio entre la
titularidad y el ejercicio del poder. El mecanismo que facilita este divorcio
es precisamente el de las elecciones.
La elección permite que los
ciudadanos tomen dos decisiones fundamentales: quiénes dirigirán los asuntos
públicos y cómo lo harán. Ahora bien, ya que en sociedades grandes y complejas
como las nacionales no es viable la democracia directa plena, ¿cómo se
garantiza que la elección sea racional y provechosa para el propio pueblo?; Y
una vez electas las autoridades ¿cómo se asegura que satisfagan el interés
general y no sus intereses particulares? Las respuestas a estas preguntas, en
nuestra próxima entrega.
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