El 12 de febrero se inició
una etapa de mayor conflictividad política en el país. Aunque de baja
intensidad, intermitente y territorialmente focalizada, la violencia ha
producido hasta la fecha un saldo de 41 fallecidos. Distintos analistas y
encuestadores coinciden en que estos hechos, al crear una sensación de anarquía
y caos, han debilitado en términos relativos a los dos bloques políticos en
pugna. Las diferencias entre ambas coaliciones y a lo interno de cada una se
han intensificado, aumentando las dificultades para ejercer eficazmente la
gobernabilidad interna del archipiélago de grupos, intereses y corrientes que conforman,
en términos concretos, tanto a la oposición como el Gobierno venezolano. En ese
sentido, el balance para los distintos actores involucrados parece estar
marcado por mayores pérdidas que ganancias.
El chavismo ha podido actualizar
el relato de una oposición pudiente, extremista y violenta, apropiándose del
discurso de la reconciliación, la paz y la convivencia que habían utilizado los
opositores desde el 2007. Sin embargo, su imagen internacional se ha visto
perjudicada por las actuaciones represivas –magnificadas por una fuerte campaña
comunicacional y diplomática- y su control y unidad internas se han debilitado
frente a los ojos de sus propios partidarios, adoptando silenciosamente un
viraje económico que promete insuflar los ánimos de los más recalcitrantes. El
Gobierno ha podido amortiguar hasta el momento el costo político de la crisis,
pero mientras no remitan sus manifestaciones más acuciantes, el desgaste
seguirá avanzando.
La oposición “más radical”,
por su parte, ha logrado desplazar y malponer a los partidarios de la vía
electoral frente al electorado opositor, ganando centimetraje interno y
proyección internacional. Las acciones judiciales en su contra, sin embargo, se
han concretado sin mayores resistencias, y el movimiento de calle que iniciaron
claramente ha adquirido una dinámica que no tienen capacidad de controlar. Las
acciones violentas, de las cuales no pueden desligarse, son mayoritariamente
rechazadas por la opinión pública. Resulta ya evidente que, de persistir en la
línea trazada, las protestas no podrán convertirse en un movimiento de masas
dispuestas a combatir al Gobierno hasta lograr su salida. La reconversión del
movimiento bajo una perspectiva político-electoral resulta una estrategia no
solo difícil sino traumática y eventualmente inviable.
Finalmente, la oposición “moderada”
ha podido reafirmar con hechos y bajo intensas presiones su vocación
democrática, allanando, al menos a nivel internacional, su reconocimiento como oposición
legítima. Aunque muy ruidosas en redes sociales, las acusaciones sobre su
supuesto “colaboracionismo” con el chavismo no han tenido un impacto muy extendido
en la opinión pública. Además, la presión sobre el Gobierno, concretada en la iniciativa
de unos “diálogos” con los principales voceros de la oposición, puede
representar una oportunidad para ganar mayor reconocimiento político y participación
en los espacios institucionales. Por el otro lado, la fragmentación de la
oposición ha reducido su capital político y su capacidad organizativa y de
movilización, afectando sus posibilidades de convertirse en alternativa de
poder. El muy costoso –en términos del esfuerzo y tiempo de construcción- liderazgo
de Henrique Capriles ha sido cuestionado como nunca antes. Los partidos y
líderes “moderados” se han mostrado incapaces, al menos hasta ahora, de
reconectar el circuito entre la crisis socioeconómica y la disposición a
protestar contra el Gobierno.
Evidencia del dominio de
esta lógica “perder-perder” es la aparición de encuestas con resultados útiles
y funcionales tanto para el Gobierno como para la oposición: Maduro pierde
popularidad y la gestión gubernamental es peor valorado, pero las “guarimbas”
son ampliamente rechazadas y los líderes de la oposición pierden
invariablemente aceptación.
La iniciativa de diálogo o, más
propiamente, debate político, abre, independientemente de su evolución o
resultados, una nueva etapa en esta dinámica política. Luego de dos meses de
desgaste progresivo, los principales actores políticos están abriéndole paso al
escenario de la “normalización política”, el cual podría poner coto a esta
dinámica “perder-perder”. Resulta evidente que la posibilidad de que cada
bloque pueda expresarle abierta y frontalmente sus críticas y cuestionamiento al
otro, presentando además esta acción como evidencia de tolerancia, apertura y
disposición al diálogo, no puede más que reforzar las posiciones relativas de
cada coalición, a despecho de la virulencia de los más recalcitrantes de lado y
lado. Sobre la posible evolución de esta iniciativa y su impacto sobre el juego
político nacional reflexionaré en el próximo artículo.
Hola, bueno creo que aunque la protesta estudiantil haya caído en un punto muerto en relación a su objetivo maximalista, lo que obligaría a un respiro, creo que este serviría para afinar una estrategia con miras a volver de nuevo a las calles. Motivos no faltarán. Lo político electoral ha sido negado por ellos desde el primer momento. El activismo de medios como CNN se debe, en mi opinión, a que están conscientes del vacío de información que hay en Venezuela en cuanto a radio y televisión. Otra cosa lo de los medios de Miami y España. Eso de que la oposición negociaría en medio de la efervescencia de la calle no es más que una nueva ridiculez de los mediocres dirigentes MUD (Borges).
ResponderEliminarEsa es una posibilidad, pero también es cierto que la protesta, cuando se enfrenta a la indiferencia mayoritaria, al aislamiento territorial y al descabezamiento de sus dirigentes, se desgasta y puede llega a ser vista como un fracaso por sus propios impulsores. El asunto no es si faltan motivos para protestar, es si esta estrategia tiene posibilidades reales de conectar y canalizar el malestar. Aunque no es una competición electoral, incluso en una insurrección los números cuentan; si se es minoría, la única posibilidad real de derrocar a un Gobierno es que cuentes en tus filas con las élites económicas y militares. Pero allí estriba una de las grandes dificultades de confrontar al chavismo: se trata de un movimiento bipolar, que ha colonizado a las masas populares, pero también a las élites (burocracia, empresariado, fuerza armada). Con las masas gana elecciones y con las élites administra los períodos no electorales.
ResponderEliminarCreo que es un análisis mesurado y bien articulado, ahora bien habría que entrar a analizar la responsabilidad del liderazgo opositor en el escenario de violencia... Ana María.-
ResponderEliminarHola Ana, gracias! Su responsabilidad política es un hecho innegable. Ahora, su responsabilidad penal sí es un asunto más delicado y difícil de determinar. En la lucha política, incluso en una democracia relativamente plural, es casi inevitable que existan movimientos o actores antisistema, que actúan por fuera de los canales institucionales. En ese sentido, son responsables políticamente y, con toda seguridad, pueden estar incurriendo en uno o varios delitos de naturaleza política -rebelión civil, traición a la patria, conspiración, etc.-.Si alguien que pertenece a esos movimientos organiza o directamente comete un homicidio o un robo, o bien daña a alguna persona o propiedad, pues ha incurrido en un delito de otra naturaleza y el argumento de su lucha política no puede excusarlo. Este último tipo de responsabilidad es a mi juicio más difícil de vincular con el liderazgo opositor. Agradezco mucho tenerte como lectora.
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