El
momento de mayor radicalización del chavismo se produjo en el año 2007. El
conjunto de iniciativas políticas planteadas por Chávez luego de su holgada
reelección implicaban una ruptura frontal con el modelo institucional con el que hasta entonces había convivido: la reforma constitucional y la Ley Habilitante planteaban la
socialización de la economía y la centralización del Estado; el partido único
perseguía uniformar a la militancia chavista y reunirla bajo un mando central;
las nuevas Misiones se proponían reforzar la ideologización de las bases; otras
medidas políticas y administrativas, como el cese de la concesión a RCTV, restringían
sensiblemente el campo de acción de la oposición.
Este
viraje confirmó que Chávez estaba dispuesto a materializar sus premisas
discursivas y generó una sensación de avasallamiento que fue clave en la
reactivación de las movilizaciones opositoras. La oposición volvería a las
calles pero esta vez con otros actores, estrategias y discursos. La agenda pasó
a ser liderada por el más valorado sector estudiantil. La
estrategia se encaminaba a explotar políticamente el divorcio entre los
planteamientos ideológicos de la élite gobernante y las necesidades materiales
de las bases chavistas. El discurso tenía, en consecuencia, una matriz más
social, aunque sin abandonar los códigos tradicionales vinculados a la defensa
de la libertad y la democracia.
La
derrota electoral de la reforma constitucional evidenció los límites de la
hegemonía chavista, confirmando que el voto por Chávez tenía un fundamento más
utilitario que ideológico y que la repartición clientelar de la renta petrolera
aún no había sido superada por la “conciencia del pueblo”.
Luego
de este revés, Chávez retrocedió y se dedicó por entero durante el 2008 a dos
tareas de importancia estratégica. En primer lugar, la construcción del Partido
Socialista –ahora “unitario” y no “único”- era crucial para asegurar un
instrumento de movilización electoral y organización política operativo,
vinculado orgánicamente a la estructura del Estado. Además, Chávez resentía la
necesidad de fortalecer el nivel ideológico de sus cuadros políticos, una gran
debilidad heredada del Movimiento Quinta República. La segunda gran tarea fue
avanzar en la legalización del programa socialista a través de los
procedimientos del Poder Constituido, vista la negativa del Poder Constituyente.
Los múltiples cambios legales realizados a través tanto de la Habilitante como de la mayoría en
la AN reforzaron aún más el presidencialismo y habilitaron el creciente
intervencionismo estatal en la economía.
El
gran evento político del segundo mandato de Chávez -la suspensión en febrero de
2009 de las limitaciones a la reelección presidencial- pasó de algún modo bajo
la mesa. Sin embargo, esta decisión no solo allanó el camino a una nueva candidatura
sino que aplacó los movimientos internos del chavismo, ratificando el liderazgo
centralizado como su espina vertebral. De este modo, se consolidó la estructura
de incentivos que operaba dentro del PSUV, centrándose la puja entre los
dirigentes en torno a la obtención del respaldo de Chávez, constituido en el
gran elector tanto de los cargos de votación popular como de designación
administrativa.
Las
distorsiones económicas acumuladas, el bajón global en los precios del
petróleo, la crisis de abastecimiento de servicios básicos y la separación de
nuevas figuras y partidos, hicieron del 2010 el año “horriblis” del chavismo. En esta ocasión, Chávez volvió a
demostrar lo lejos que podía ir en la manipulación de las normas democráticas
cuando la impopularidad amenazaba su hegemonía política. Previo a la votación
parlamentaria, los circuitos electorales fueron modificados para reducir la
representación de la oposición en la Asamblea Nacional y, posteriormente,
cuando en los comicios el chavismo perdió la mayoría absoluta, se aprobaron
normas legales de manera acelerada, incluida una Habilitante legislativa especial
para Chávez que duraría el primer año de gestión del nuevo Parlamento.
Diciembre
de 2010 representó el inicio de la campaña chavista por la reelección. El
amplio contingente de damnificados generados por las lluvias representó una
oportunidad política para Chávez, quien rápidamente decidió diseñar un programa
de atención especial para los afectados. Esta respuesta a la crisis volvió a
elevar su popularidad, mientras que la recuperación de los ingresos petroleros y
una política de acelerado endeudamiento le permitieron relanzar agresivamente las
políticas redistributivas, esta vez canalizadas a través de las nuevas Grandes
Misiones. La lógica de estos programas sociales era muy clara: incrementaban
las dimensiones del beneficio material prometido –viviendas y asignaciones
directas por hijo- para reconstruir el lazo clientelar desgastado, el cual
quedaba sellado totalmente con un registro personal muy detallado, clave para
la movilización el día de las elecciones. La política de expropiaciones, el
cierre de medios de comunicación o la construcción de las Comunas se detuvo
pragmáticamente, evidenciando que Chávez conocía el aún escaso desarrollo de la
“conciencia socialista” en sus bases.
La
enfermedad de Chávez sumó a esta sólida red utilitarista una nueva y más
poderosa faceta de la conexión emotiva líder-masas. Con ello, se selló una
ventaja electoral que difícilmente la oposición podría haber revertido. El
esfuerzo de Capriles incidió de algún modo en que la oposición obtuviera el
mejor resultado en sus confrontaciones directas con Chávez, pero el balance más
claro de los comicios de 2012 es humano y económico: Chávez salió aún más delicado
de su accidentada campaña y la economía terminó exhausta de suministrar los
recursos para un exorbitante gasto público.
El
agravamiento de las dolencias de Chávez luego de su victoria electoral lo
obligó a planificar el futuro de su movimiento y dio tiempo suficiente para que
se produjeran los ajustes y acuerdos internos en la nomenklatura chavista, hasta entonces subordinada a los dictámenes de
su líder indiscutido. En ese sentido, los lineamientos dejados por Chávez
fueron en realidad dos. En primer lugar, en cuanto al liderazgo, no solo nombró
a Maduro como jefe político sino que, de manera indirecta, designó a Cabello
como segundo al mando, reconociendo su rol clave en el ámbito militar y en el
manejo del partido. Y también en términos programáticos, Chávez precisó la
necesidad de combinar la ideología revolucionaria con el pragmatismo estratégico:
“ni pacto con la burguesía ni desenfreno revolucionario” era la consigna que
advertía contra desviaciones a la derecha o a la izquierda.
El
postchavismo surgido tras la muerte de Chávez parece estar dominado por dos
rasgos centrales, derivados de la reducción sensible de los recursos
carismáticos y económicos que permitieron encumbrar a su líder. Por un lado, se
ha producido una mayor dispersión de las fuerzas chavistas, la cual, si bien no
ha conducido aún a una ruptura importante, obliga a Maduro a gestionar la
jefatura política con mayores precauciones, haciendo un uso más intensivo de la
negociación y los ajustes internos. Por el otro lado, los cambios en el
ejercicio de gobierno resultan también palpables, con una agenda más vinculada
a los problemas, un discurso más conciliador y una acción pública mucho más
pragmática, especialmente en el campo económico.
Aunque
Maduro ha demostrado hasta ahora habilidad para sostener al chavismo en medio
de las complejidades, su mermada popularidad y la obligación de adoptar medidas
económicas impopulares representan el mayor reto al que ha tenido que hacer frente
el chavismo en su accidentada pero resiliente historia.
También hay colas que son realmente absurdas, como las que se hacen frente a los establecimientos que expenden artículos de marca, especialmente prendas de vestir. Son indicativas de un componente frívolo en la gente, sumiso y acomodaticio, indicativo de aceptación y con muy pocos ingredientes subversivos.
ResponderEliminarEfectivamente, Mario. Se evidencian dos fenómenos de fondo: uno, cultural, sobre la propensión consumista del venezolano y la adquisición de bienes materiales como símbolo de estatus; otro, económico, relacionado con el diferencial entre la capacidad de compra y la producción real. La gente hace colas para comprar artículos costosos como esos no solo porque tiene el dinero para hacerlo o porque tienen preferencias por esas marcas, sino porque aún con todo y lo elevado del precio, intuyen que seguirá elevándose o, peor aún, que quizá ya no consigan ese artículo en las tiendas. Esa incertidumbre económico refuerza aún más la distorsionada conducta del consumidor venezolano.
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