miércoles, 12 de noviembre de 2014

“Guerra por los recursos” de Michael Klare

Se trata de un libro de referencia obligada en los círculos académicos y políticos vinculados a las Relaciones Internacionales. Su hipótesis central, aunque muy bien sustentada, es simple: las guerras del futuro inmediato estarán determinadas, principal pero no exclusivamente, por la competencia entre actores para la búsqueda, control y explotación de las fuentes de recursos naturales indispensables para la vida humana.
A pesar del atractivo de su tesis, Klare no le resta importancia al sustrato étnico, cultural, religioso, ideológico y político que existe y seguirá existiendo detrás de la motivación efectiva de muchos conflictos armados. La tesis de Klare no es, en ese sentido, determinista. El autor se limita a alegar que estas dinámicas estarán supeditadas a la nueva lógica del sistema internacional, fundada en la creciente importancia del poderío industrial y de las dimensiones económicas de la seguridad. De esta forma, reserva a la lucha por los recursos la condición de principio rector del nuevo entorno internacional post-guerra fría y lo superpone a otras tesis muy publicitadas como la del choque de civilizaciones de Samuel Huntington, el ingobernable estado de anarquía y desorden de Robert Kaplan o la primacía de los asuntos suaves de agenda bajo el influjo de la globalización económica, postulada y defendida por la escuela neoliberal.

Klare se da a la tarea de construir un triángulo estratégico que defina la ecuación de los recursos y que explique su condición de fuente de tensiones internacionales. En esta pirámide del conflicto mundial, el primer vértice está conformado por el crecimiento incesante y vertiginoso de la demanda de recursos a escala mundial. Se trata de un ritmo insostenible basado en el crecimiento demográfico y la extensión de la industrialización. Hay más personas y las personas quieren vivir mejor, con la natural consecuencia de una aceleración del ciclo depredación-producción-consumo que pone en riesgo la subsistencia humana. 

Al lado y como consecuencia de una demanda insaciable, han comenzado a aparecer carestías significativas en la disponibilidad de algunos recursos. De acuerdo a un estudio de comienzos de siglo realizado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, entre 1770 y 1995 la tierra perdió cerca de un tercio de su riqueza natural disponible. En particular, los hidrocarburos y el agua están sensiblemente afectados por las posibilidades de agotamiento, las cuales se traducen en una cada vez más inclemente competencia por el aseguramiento de las decrecientes reservas.

Por último, el triángulo se cierra con el factor explosivo: muchas fuentes o yacimientos claves están compartidos entre dos o más países, o se hallan en regiones limítrofes y zonas económicas exclusivas en disputa. Cuando los Estados agoten sus reservas internas, pretenderán posesionarse de aquellas que poseen en común, con las graves consecuencias que ello podría traer.

Orientado por estas tres premisas, el autor desarrollará una caracterización de las posibles zonas de conflicto inminente, dándole contenido concreto al principio según el cual “la historia humana se caracteriza por una larga sucesión de guerras por los recursos”. A lo largo del texto, Klare advertirá de las tensiones explosivas que rodearán la competencia por la posesión, dominio y aseguramiento de las fuentes petrolíferas y sus zonas de paso; las masas de recursos acuíferos; los diamantes; el oro; los minerales de utilización industrial; y la madera de construcción. En estas disputas y conflictos, se verán involucrados una multitud de Estados, además de las conflagraciones que podrían desatarse dentro de cada unidad nacional entre diversos actores en disputa por el control político. Un panorama bastante oscuro que redefine el mapa del conflicto internacional, el cual no girará ya en torno a dos grandes bloques de Estados y sus zonas de interés geopolítico sino a las zonas de reserva de recursos y su interés geoeconómico. 

Sin embargo, al final del texto, Klare señalará que sus previsiones no son inevitables. En ese sentido, propondrá una estrategia para adquirir y administrar los recursos escasos y valiosos sobre la base de un sistema de cooperación internacional. Bajo este sistema, instituido por medio de instituciones internacionales sólidas, se desarrollaría una política de distribución equitativa de las existencias mundiales en situación de carestía aguda junto a un programa coordinado de investigación en busca de soluciones sustitutivas. Klare no cae en dubitaciones: o seguimos por el camino de la competencia cada vez más intensa por los recursos, que nos lleva a estallidos bélicos periódicos, o elegimos la gestión de las reservas mundiales mediante un régimen cooperativo. Esas son las opciones de nuestro siglo XXI. Aleia jacta est.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tus observaciones, comentarios, correcciones y críticas son bienvenidas.