lunes, 1 de junio de 2015

¿Qué está pasando con la oposición?



La pregunta, de entrada, remite a otra, aún más elemental: ¿Cuál oposición? Y es que, a pesar de lo claramente imprescindible que resulta forjar una coalición unitaria para derrotar al chavismo, en la oposición no ha existido hasta ahora ni la capacidad ni la voluntad para generar una convergencia estratégica sólida y perdurable.

Una de las principales fortalezas del chavismo radica en la forma en que se ha relacionado con su oposición. Debilitándola, caricaturizándola, alejándola de las bases populares, cerrando sus posibilidades de acceder a recursos, propiciando su radicalización y fragmentación, el chavismo ha terminado desarticulando cualquier proyecto que implique un riesgo real de arrebatarle el poder.

Aunque hacerle oposición a un movimiento hegemónico e inescrupuloso como el chavismo no es una tarea fácil, segmentos del liderazgo opositor han sido reincidentes en aplicar fórmulas que el sentido común y la experiencia han demostrado ineficaces.
La expresión más reciente y llamativa de esta situación fue, a mi juicio, la estrategia insurreccional denominada “La Salida”. Gran parte del saldo negativo heredado con el que ha debido luchar la oposición política se asocia con los fracasados intentos de derrocamiento del gobierno realizados entre los años 2002 y 2005. El saldo de esa etapa “radical” es claro: el chavismo, victorioso política y electoralmente, logró el control pleno de la fuerza armada, la empresa petrolera y el parlamento, desde donde extendió su control sobre el resto de los Poderes Públicos y, más importante, introdujo plenamente su vocación hegemónica en el aparato legal.

Todo el esfuerzo por reconstituir el campo opositor sobre un discurso social, una estrategia electoral y una base policlasista, se puso en riesgo con el retorno a inicios del 2014 del cortoplacismo insurreccional, la primacía de las clases medias y el discurso estrictamente liberal. A pesar de su estruendoso fracaso político, desde mediados del año pasado los partidarios de “La Salida” decidieron incrementar su animosidad contra el resto de la oposición organizada y, por esa vía, consolidar un espacio político propio.

Si asumimos como legítimas las conversaciones entre López y Ceballos filtradas en VTV, ese es precisamente su objetivo: diferenciarse, remarcar frente al electorado que existe un “ellos” –los colaboracionistas- y un “nosotros” –los “verdaderos” opositores-, pero no para montar una tienda aparte, sino para arrastrarlos a “ellos” y obligarlos a subordinarse a “nuestra” agenda.
Cuando parecía que, con las primarias, la oposición –toda- daba un buen primer paso para obtener la mayoría de la Asamblea Nacional, los partidarios de “La Salida” sintieron otra vez esta innata necesidad de diferenciarse. Y, para hacerlo, optaron nuevamente por una agenda política particular divorciada de la crisis social y económica. Su llamado a protestar no menciona ni por relleno al desabastecimiento, la inflación o el deterioro de los servicios públicos –valga decir, las verdaderas causas del debilitamiento de Maduro- sino que plantea como grandes exigencias nacionales, casi clamores populares, la liberación de los presos políticos y el establecimiento de la fecha de las elecciones –elecciones que, por cierto, en el pasado desdeñaron y desmeritaron-.

Estas causas son comunes a toda la oposición, pero al convertirse en la punta de lanza de un chantaje interno, generan más disonancia y conflictos que acuerdos y consensos. De este modo, la importante concurrencia alcanzada el sábado en las manifestaciones es inevitablemente interpretada como una evidencia del liderazgo de López y, consecuentemente, de la debilidad de la MUD, a la cual se le enrostra ahora su reacción frente a esta maniobra.

Más allá del optimismo que pueden transmitir las fotos de las concentraciones, el saldo de todo este asunto salta a la vista: un poco más de sal en las heridas internas para hacer más difícil y sufrida la imprescindible unidad de cara a unas elecciones que, ahora sí, todos reconocen como fundamentales.

2 comentarios:

  1. Creo que el voluntarismo de Leopoldo López sigue llenando mal que bien un vacío importante del lado opositor. ¿Cómo creer que de un evento electoral realmente salga una nueva correlación de fuerzas políticas que desatranque la situación actual; no hay precedentes de eso bajo el chavismo en el poder. Los partidos de la MUD siguen siendo demasiado pequeños, faltos de identidad y agarre en la sociedad. Su capacidad de llegar, de articular y de amarrar compromisos es muy limitada, en eso han avanzado muy poco o nada. En mi opinión, su minusvalía es en buena parte resultado de una elevadísima mediocridad dirigencial. En estas circunstancias hay un gran espacio para el voluntarismo político de Leopoldo López. Que sea etéreo, improvisado, personalista y desconectado de la situación del país pues sí, pero su existencia es muestra de la profunda falta de representatividad de la oposición oficial.

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  2. En esos términos, claro que llena un vacío. Aunque no soy tan crítico con la dirigencia opositora como tú, entiendo tus razones totalmente. A mi juicio, bajo las reglas políticas creadas por el chavismo, hacer oposición es un asunto muy complejo y de eficacia limitada. Aún así, las estrategias importan y mucho. Creo que, con un rival tan ventajista como el chavismo, lo mejor es combinar estrategias: que algunos sectores se conformen como puentes hacia las bases chavistas descontentas y que otros sectores aseguren y mantengan activos a los ciudadanos más abiertamente opositores. Bajo esta lógica la MUD y Leopoldo López jugarían roles complementarios. Lo que no me parece conveniente es que se intente superponer estrategias o forzar a todos los sectores a jugar un solo juego. Esa especie de chantaje ha sido utilizada varias veces por los sectores más radicales y no ha conducido a nada bueno.

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